RESUMEN: La transición viene a ser lo más importante en el Medio Oriente y África del Norte. La pregunta es, ¿transición hacia dónde o qué? La respuesta a esa pregunta radica en un impulso árabe autocrático de un orden regional liderado por Arabia Saudita que tendría como base una versión actualizada de la autocracia del siglo XXI diseñada para revigorizar a un gobierno absolutista. A fin de lograr esto, los autócratas han adoptado una reforma económica acompañada de un cambio social que les permita converger de manera eficiente los bienes y servicios públicos. Es un enfoque que rechaza el reconocimiento de las libertades básicas y los derechos políticos, pero es muy probable que al final produzca sistemas políticos mucho más abiertos e inclusivos que aseguren que todos los segmentos de la sociedad tengan su parte.
Imagen: Marroquíes protestan por la muerte de Mouhcine Fikri, captura de pantalla de video en Vimeo
En el núcleo de la batalla volátil, brutal y sangrienta que convulsiona al Medio Oriente, una batalla que pudiera llegar a durar hasta un cuarto de siglo, los autócratas árabes deben determinar el poder garantizar su supervivencia a cualquier costo. La geopolítica juega un papel importante en esta ambición. Para compensar su debilidad inherente y su falta de bases necesarias para realizar un dominio regional sostenible, los regímenes autocráticos árabes, excepto el de Egipto, el único estado árabe con el potencial de ser un actor regional dominante a futuro, necesitan ante todo contener a Irán y en menor grado a Turquía.
Una lucha geopolítica dominada por la rivalidad entre Arabia Saudita e Irán ha envuelto en un manto al Medio Oriente y al Norte de África durante casi cuatro décadas. En el proceso, esta ha socavado la estabilidad regional; ha impulsado el incremento del extremismo y del yihadismo; ha alentado tendencias supremacistas, intolerantes y anti-pluralistas dentro y más allá de las fronteras de países tales como Pakistán, Malasia e Indonesia; y ha convertido al Medio Oriente en la región más volátil, represiva y sangrienta del mundo.
Repletos de cadáveres y de moribundos, países como Siria, Irak y Yemen han sido afectados durante generaciones venideras mientras luchan por garantizar la integridad territorial en contra de desafíos étnicos, regionales y religiosos separatistas. Posibles esfuerzos sauditas respaldados por los Estados Unidos para desestabilizar a Irán a través de intentos de agitar a las etnias pueden significar que la República Islámica y Pakistán serán las próximas víctimas. Países tales como el Líbano están muy cerca de llegar a una situación peligrosa.
Mientras tanto poblaciones intranquilas se mantienen en estado incierto o crítico, en esperanza que su continua capitulación de sus derechos políticos en los nuevos contratos sociales unilateralmente redactados por los líderes autocráticos les brinde mayores oportunidades económicas. En algunos países, tales como Egipto, las expectativas se han desvanecido; en otros, como en Arabia Saudita, las expectativas son poco realistas y muy mal administradas (si es que existen).
La exitosa y brutal contra-revolución liderada por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos ha puesto fin a las esperanzas y ha ahogado la energía popular que irrumpió hacia las calles de las ciudades árabes durante las revueltas del 2011, produciendo tiranos y el caos. Por ahora, esta ha borrado casi todo menos la voluntad popular de desafiar al gobierno autocrático que no ha cumplido o que ha creado expectativas que pueden ser difíciles de cumplir.
Eso no quiere decir que la ira y la frustración popular no existen en un estado de supresión, al igual que lo hicieron en el período previo a las revueltas del 2011. Tal como en el preludio de los alzamientos, el sentimiento popular sigue siendo ignorado o no es reconocido por los funcionarios, estudiosos y expertos que, de explotar, es muy probable se vean sorprendidos. Nadie sabe si de hecho explotará o, si lo hace, en qué forma o qué lo hará desencadenar.
Fue la inmolación de un vendedor de frutas en Túnez a finales del 2010 lo que prendió la mecha en el Medio Oriente y el Norte de África. Si bien la historia pudiera no repetirse literalmente, eventos seis años después en el Rif, una región rebelde al norte de Marruecos, provocada por la muerte de Mouhcine Fikri, un mercader callejero desempleado, sugieren una premonición al desastre.
Fikri fue aplastado hasta morir en un compactador de basura mientras trataba de recuperar su pescado confiscado por las autoridades. Un año de protestas desde su muerte sugiere que la efectividad de las reformas constitucionales del Rey Muhammad VI en un intento inicial exitoso de asimilar a los manifestantes, así como también su apoyo a la cultura indígena bereber del Rif y promesas de inversión estatal para convertir a la región en un centro manufacturero, o siguieron su curso o se han quedado cortos.
Nasser Zefzafi, desempleado de 39 años conocedor del poder de las redes sociales, a pesar del uso de las fuerzas de seguridad por parte del gobierno, logró, mediante videos en la red y de ardientes discursos que denunciaban la corrupción y la dictadura, no solo mantener vivas las protestas sino también alentar su propagación intermitente hacia otras partes del país. En junio, la capital marroquí de Rabat vio su mayor protesta anti-gobierno desde las revueltas del 2011.
“Los regímenes han cerrado canales de expresión política y han respondido a las protestas populares con mayor brutalidad. Los gobiernos de Egipto, Arabia Saudita y, hasta cierto punto, Marruecos, personifican la aparente incapacidad de los regímenes árabes de escapar de la trampa de la autocracia, incluso cuando las circunstancias actuales sugieren que otro despertar popular es algo inminente”, dijo el ex-canciller israelí Shlomo Ben-Ami.
El itinerario de Ben-Ami pudiera ser optimista, pero su mensaje sigue siendo válido. Los regímenes impulsados por su deseo de sobrevivir están instituyendo una reforma económica controlada por el gobierno que busca garantizar que la empresa privada siga dependiendo del sector público; de las reformas sociales limitadas; de las políticas de exclusión en lugar de inclusión; y del rechazo al cambio político. Estas medidas puede que funcionen por un tiempo, pero finalmente no lo harán.
Los regímenes autocráticos en el Medio Oriente y del Norte de África cabalgan alto, afligidos por su capacidad de desviar la atención pública con promesas de cambios económicos, el espectro de Irán como una amenaza extranjera, el apoyo de los Estados Unidos a los autócratas regionales junto a contener a Irán y el avivar las tensiones étnicas y sectarias.
En el mejor de los casos, esto extiende el plazo a los autócratas árabes. El riesgo ha echado llagas y es probable se abran nuevas heridas. Cuatro décadas de propaganda mundial saudita del ultra-conservadurismo sunita musulmán para contrarrestar lo que inicialmente fue el celo revolucionario iraní, pero luego se transformó en una estrategia iraní junto a una guerra encubierta de larga data, ha convertido a los chiitas árabes y sus milicias en fuerzas políticas y militares poderosas. El espectro de que los houthis se organicen en la frontera de Arabia Saudita siguiendo el modelo de Hezbollah en el Líbano no es más que el último ejemplo de ello.
La auto-preservación autocrática y la rivalidad saudita-iraní, adjuntada a las desastrosas políticas estadounidenses, incluyendo la invasión de Irak en el 2003, han sacudido a los países de la región y han fomentado una generación de sirios y yemeníes que probablemente serán consumidos por la ira y la frustración por su sufrimiento y lo que muy probable sea una lenta reconstrucción de sus destrozados países. La propia existencia de sus países en su forma actual y dentro de sus fronteras actuales es, en el mejor de los casos, incierta.
En resumen, la transición en el Medio Oriente y en África del Norte se ha deteriorado en una batalla por retener el control político. Esta constituye una lucha por el futuro de una región que casi seguramente producirá más conflictos, así como también posibles eventos impredecibles que pudieran crear aún más estragos. Pasará algún tiempo antes que la región adopte soluciones sostenibles que garanticen un desarrollo económico equitativo y un estado de derecho transparente y responsable.
El Dr. James M. Dorsey, antiguo asociado no residente en el Centro BESA, es miembro principal de la Escuela de Estudios Internacionales S. Rajaratnam en la Universidad Tecnológica Nanyang de Singapur y co-director del Instituto de Cultura Fan en la Universidad Würzburg.