Resumen – Si bien Israel siempre ha sido decididamente auto-suficiente respecto a sus temas centrales de seguridad nacional, esta postura necesita ser aún más explícita en la inconexa “Era Trump”. Al reconocer correctamente lo impredecible y la posible incoherencia de las políticas a desarrollar por la administración Trump para el Medio Oriente, Jerusalén deberá dirigir una atención muy especial hacia las crecientes perspectivas de una segunda “Guerra Fría” e implementar ciertas revisiones necesarias dentro del área estratégica nuclear israelí.
Porque con un sabio consejo librarás tu guerra. – Proverbios 24:6
Que la postura estratégica de Israel siga estando estrechamente ligada a la política exterior estadounidense no es noticia de interés. Sin embargo, en la más bien incoherente Era Trump, este vínculo tradicional es potencialmente más peligroso que antes ya que la orientación del presidente hacia la dinámica del sistema de amenazas deberá ser contrarrestada, al menos en parte, por un compromiso selectivamente ampliado de auto-dependencia nacional. Por encima de todo, esto significa una atención mucho más centrada sobre la estrategia nuclear de Israel, especialmente la continuación o modificación de una “ambigüedad nuclear deliberada”. Por definición, ciertamente, debido a que no existe una estrategia nuclear israelí codificada o de fácil verificación, poco o nada de dicha postulación generada por Trump será generalmente reconocible o incluso visible.
Significativamente, ya sean visibles o no, se pudieran esperar varias intersecciones dinámicas políticas. Algunos cambios presuntamente requeridos en la estrategia nuclear de Israel se “retro-alimentaran” dentro de la política estratégica estadounidense, generando así otras alteraciones a la política israelí y así sucesivamente. Esto significa una expansión más o menos robusta de inter-penetraciones e interacciones particulares entre las posturas estratégicas de Estados Unidos e Israel, una que pudiera demostrar ser no solo aditiva, sino genuinamente “sinérgica”. Con tal expansión, tanto Washington como Jerusalén pudieran muy pronto comenzar a esperar ciertos cambios políticos de “fuerzas multiplicadoras” en el ámbito nuclear israelí, en los que el “conjunto” de alteraciones propuestas por el país excede la simple suma de las “partes” que la componen.
Para Jerusalén, muchas preguntas no tan importantes pero afines deberán también ser respondidas. ¿Exactamente cómo debería adaptar su postura tradicional sobre la ambigüedad nuclear a unas expectativas plausibles de belicosidad a la política de Trump? Para Israel, no se trata solo de convencer a los adversarios de que es una potencia nuclear real. Al contrario, es necesario que estos estados sigan creyendo que Israel posee armas nucleares distintivamente utilizables y que este encuentra dispuesto a emplearlas en circunstancias específicas.
En referencia a la postura de Israel propuesta en el libro “Bomba en el Sótano”, la Era Trump puede exigir cambios identificables. Para ser más precisos, ciertas inestabilidades regionales crearán razones mucho más sólidas para dudar que Israel pueda beneficiarse de cualquier continuación determinada de ambigüedad nuclear deliberada. Más aún, pareciera ser que a partir de ciertos desarrollos aparentes dentro de las propias comunidades de defensa e inteligencia de Israel, el alto liderazgo del país ya comprende el tal escepticismo informado.
¿Cómo debería proceder este liderazgo?
Será una tarea muy compleja o de “mente sobre mente”. Con el tiempo, Israel será amenazado existencialmente lo que justificara su condición de poseer armamento nuclear y eso exigirá una doctrina estratégica con un propósito específico. Incluso ahora, esta justificación básica existe más allá de toda duda razonable. Sin tales armas y doctrinas avanzadas, Israel no podría sobrevivir indefinidamente, en especial si ciertos regímenes vecinos se vuelven cada vez más conflictivos, más yihadistas y menos contrarios al riesgo.
En un futuro cercano, las armas nucleares israelíes y la doctrina nuclear pudieran ser cada vez más vitales para escenarios predecibles e impredecibles que requieren de una acción militar preventiva o de represalias adecuadas. Para Israel, el simple hecho de poseer sus armas nucleares, incluso siendo un hecho reconocido por los estados enemigos, no puede automáticamente garantizar ninguna disuasión nuclear exitosa. Aunque de forma contra-intuitiva, un final apropiadamente selectivo y matizado para una ambigüedad deliberada pudiese mejorar la credibilidad del elemento de disuasión nuclear decisivo de Israel. Con este punto en mente, el potencial en una variedad de ataques por parte de los enemigos a futuro pudiera reducirse con ganancias. Esta reducción se referirá a la divulgación selectiva israelí de ciertas capacidades de respuesta en la utilización de armas nucleares.
Cuidadosamente limitado, pero aún así más explícito, este se centraría en temas claramente importantes e inter-penetrantes de la capacidad nuclear israelí y la voluntad de sus decisiones. Gran parte del problema de supervivencia de Israel descansa sobre una geografía prohibitiva que este debe compensar con rentabilidad por su irremediable falta de masa protectora. Lo más importante en este aspecto, será cualquier dependencia actual y futura sobre sus bases nucleares marítimas (tales como los submarinos). Naturalmente, este tipo de dependencia pudiera tener sentido solo si se presume que todos los adversarios son simultáneamente considerados como racionales.
Otro componente clave de la postura multicapas dentro del área de seguridad de Israel radica en sus defensas de misiles balísticos. Sin embargo, incluso el muy considerado y probado sistema de misiles anti-balísticos Flecha, ahora incrementado por operaciones mucho más nuevas y modernas, de alcance más corto y sistemáticamente integradas a las ya defensas activas, nunca lograran una probabilidad suficientemente alta de interceptar y proteger adecuadamente a la población civil israelí. Ya que ningún sistema de defensa antimisiles puede ser totalmente “infalible” y si incluso un solo misil nuclear que llegase a penetrar el sistema de defensa Arrow o sus coordenadas defensivas puede muy posiblemente matar a decenas o quizás a cientos de miles de israelíes, Jerusalén nunca debería buscar el poder existencial de seguridad definitivo en sus defensas activas.
Aún así, al menos potencialmente, esta temible debilidad geográfica pudiera resultar menos desalentadora si la continua dependencia de Israel a la ambigüedad deliberada fuese alterara adecuadamente. Jerusalén siempre debe adaptarse. Es altamente improbable que una postura tradicional israelí sobre el tema de sus capacidades nucleares no declaradas funcione indefinidamente, más aun en una Era Trump intrínsecamente impredecible.
Por ahora, al menos, dejando de lado una supuesta toma yihadista del Pakistán nuclear, la amenaza más obvia e inaceptable vendría de un Irán con armamento nuclear. Para ser efectivamente disuadido, un Irán con armamento nuclear necesitaría una prueba convincente de que las armas atómicas de Israel son ambas invulnerables como aptas para ser penetradas. Sin tal certeza, pudiera surgir un momento en el que Teherán aceptará el costo-efectividad de un primer ataque calculado.
Cualquier juicio iraní sobre la capacidad y disposición de Israel en tomar represalias con armas nucleares dependería en gran medida de algún conocimiento previo de los iraníes a estas armas, incluyendo su grado de protección contra un ataque sorpresa y su presunta capacidad de “atravesar” eficazmente todos los activos iraníes desplegados y defensas pasivas (seleccionadas). Por supuesto que es totalmente posible que cualquier incremento del conflicto entre Jerusalén y Teherán como resultado de un primer ataque estadounidense contra activos iraníes designados no escalara rápidamente hacia una dimensión nuclear. Sin embargo, casi con certeza, Irán respondería a tales ataques estadounidenses con ataques de misiles balísticos contra Israel y simultáneamente activaría múltiples y masivos ataques con cohetes de Hezbollah desde el Líbano (y posiblemente desde Siria).
Recíprocamente, Israel pudiese activar totalmente sus defensas antiaéreas integrales y defenderse atacando, con o sin apoyo adicional de los Estados Unidos, utilizando ataques aéreos de largo alcance (aviones de combate y drones – aviones no tripulados) y/o ataques con misiles tierra-tierra. Lo más probable es que, en esas opacas circunstancias esperadas, las FDI también inserten fuerzas especiales para llevar a cabo incursiones no-programadas de “alto valor”. Sin duda alguna, si las fuerzas aéreas estadounidenses se vieran comprometidas con Irán, su potencia de fuego, inmensamente superior, pudiera dejar diezmadas las capacidades militares de Teherán en un período de tiempo relativamente corto.
Pero, ¿qué pasaría si el Presidente Trump decidiera no verse demasiado comprometido?
Cualquier primer ataque preventivo racional contra Irán tendría que tener como base una disposición determinada de seguir y destruir totalmente las capacidades ofensivas iraníes. En consecuencia, esta disposición también pudiese implicar una capacidad tangible y la voluntad de “decapitar” a los altos líderes iraníes. Si Washington estuviese comprometido a seguir adelante con las acciones sobre Irán, Israel aún tendría que centrarse en una campaña aérea masiva, acompañada de una rápida ofensiva terrestre contra Hezbollah.
Pero, ¿qué sucedería si el Presidente Trump decidiese no seguir adelante?
Hay más. Por ahora, es obvio que Israel ya ha tomado algunas medidas muy impresionantes y originales para dominar las escaladas adversas en cualquier pertinente guerra cibernética de defensa, pero incluso los esfuerzos más notables en esta dirección pudieran no ser suficientes para detener a Irán en su totalidad. Por alguna razón, las sanciones contra Teherán a lo largo de los años han tenido un impacto económico claramente medible, pero no tuvieron ningún efecto determinable para detener al país a que se volcara en la búsqueda de ser un país con capacidad nuclear o detener cualquier mejora asociada a las pruebas de misiles balísticos intercontinentales.
Escenarios relacionados merecen mayor atención en Jerusalén. Un Irán con capacidad nuclear pudiera decidir compartir ciertos componentes y material nuclear con Hezbollah, o quizás con otro grupo terrorista afín. Para evitar esto, Jerusalén tendría que convencer a Teherán de que Israel posee un rango de opciones nucleares claramente utilizables.
En estas circunstancias, la ambigüedad nuclear israelí pudiese ser intencionalmente liberada publicando información muy general respecto a la disponibilidad y capacidad de supervivencia ante las armas de bajo rendimiento.
Respecto a los adversarios que pertenecen a los grupos terroristas, Israel tendrá que considerar la probabilidad y perspectivas corrosivas de entrar en “guerras híbridas” contra varias alineaciones tanto de enemigos estados como de enemigos alineados a otros estados. En cualquier conflicto de actores mixtos, la eficacia disuasoria estratégica nuclear general de Israel y su doctrina sería plausiblemente diferente de lo que sería contra oponentes exclusivamente terroristas o pertenecientes a estados que los patrocinan. Además, una pregunta muy especial dirigida a Jerusalén en cualquiera de estos cálculos tendría que referirse al papel de la estrategia y doctrina nuclear contra adversarios menores y el grado particular en que factores nucleares y las esferas de compromiso convencionales deberían permanecer integradas o ser más distintivas operativamente.
Dentro del panorama aún mayor de planificación, Israel tendrá que conceptualizarse a sí mismo como ambos el receptor de ataques híbridos y como iniciador más o menos reconocible en los conflictos. En ambos casos, cualquier renuencia a la Era Trump de permanecer enfocada en las necesidades de seguridad de Israel pudiera ser significativa.
Cualesquiera sean sus cambios de política preferidos de dirección estratégica, los detalles si serán tomados en cuenta. Israel debería ahora calcular (respecto a un Irán con capacidad nuclear aún más propenso) la extensión exacta de la sutileza con la que debería considerar comunicar partes clave de sus posiciones en materia nuclear. Naturalmente, Israel nunca debería revelar información muy específica sobre su estrategia nuclear, o sus capacidades relacionadas a su rendimiento. Esta es una observación que apenas vale la pena mencionar, solo por el hecho de que en la práctica estratégica verdadera, lo obvio es a menudo mal interpretado.
Hay más. Cualquier acción israelí de la ambigüedad a la revelación probablemente no ayudara en el caso de un enemigo irracional con armas nucleares. Es posible que ciertos elementos del liderazgo iraní puedan en algún momento suscribirse a ciertas visiones de los últimos tiempos a un apocalipsis chiita. Por definición, al menos, un enemigo tal no valorara más su propia y continua supervivencia nacional que cualquier otra preferencia o combinación de preferencias.
Si alguna vez sus líderes se volvieran irracionales, Irán pudiera parecerse, al menos en principio, a un suicida con armas nucleares en el macrocosmos. Tal espectro desestabilizador singular es ciertamente poco probable, pero no es del todo inconcebible. Un prospecto similarmente serio existe en el ya claramente golpista vulnerable y con capacidad nuclear Pakistán.
¿Qué clase de protecciones colaborativas pudiera ofrecerle a Israel Donald Trump? A pesar de las continuas bravuconadas y fanfarronerías del presidente estadounidense, este pudiera volverse errático o impredecible en tales circunstancias y dejar que Israel se las arregle por su propia cuenta.
Para protegerse a sí misma contra los ataques militares lanzados por enemigos irracionales, particularmente aquellos que pudieran cargar con costos existenciales, Israel deberá reconsiderar virtualmente cada aspecto y función de su arsenal y doctrina nuclear.
Retirar la bomba de los sótanos de Israel pudiera mejorar la disuasión estratégica del país al punto de aumentar las percepciones del enemigo sobre los graves y probables riesgos que esta acción conlleva. Esto también traería a la mente la llamada “Opción Sansón”, que permitiría a los responsables de las decisiones enemigas poder señalar mejor y subrayar que Israel está preparado para hacer lo que sea necesario para sobrevivir.
Independientemente de su nivel preferido de ambigüedad, la estrategia nuclear de Israel siempre debe permanecer orientada correctamente hacia la disuasión y no hacia el combatir una guerra nuclear. La Opción Sansón se refiere a una política que estaría basada en parte en amenazas más o menos implícitas a una represalia nuclear masiva por ciertas agresiones enemigas específicas. El pequeño tamaño de Israel significa que cualquier ataque nuclear amenazara su propia existencia y por lo tanto, no podrá ser tolerado.
Una Opción Sansón tendría sentido solo como último recurso o en circunstancias casi de último recurso. Si esta opción fuese a ser parte de un elemento de disuasión creíble, es esencial poner fin a la deliberada ambigüedad de Israel. La parte más difícil de este proceso de transformación será determinar el momento adecuado para dicha acción en relación con los requisitos de seguridad de Israel y también las expectativas pertinentes de la comunidad internacional.
La Opción Sansón nunca debería confundirse con el objetivo de seguridad primordial de Israel: es decir, buscar la disuasión estable en los niveles más bajos posibles de conflicto militar. Hoy, después de una genuina “revolución” técnica en la Fuerza Aérea de Israel, es discutible que el umbral nuclear crítico entre los posibles adversarios sea cada vez mayor y, por lo tanto, más seguro. Aunque aún no ha sido probado en el campo de batalla, las FAI tienen ahora la capacidad de atacar miles de objetivos durante periodos de 24 horas, cada 24 horas, con bombas especialmente teledirigidas tierra-aire.
Esta pudiera ser una revolución que cambiará las reglas del juego, especialmente si es considerado como adicional a las capacidades de un ataque preventivo de las FDI y un servicio de inteligencia cada vez más detallado. Respecto a las preocupaciones de este documento, este pudiera resultar especialmente lucrativo en la era Trump.
En un mundo estratégico muy menudo contra-intuitivo, a veces puede ser racional pretender utilizar la irracionalidad. Los beneficios precisos de disuasión nuclear de la supuesta irracionalidad dependerían, al menos en parte, de la actitud consiente del estado enemigo a las intenciones de Israel en aplicar objetivos no-militares cuando responda a un ataque nuclear. Pero, una vez más, los responsables israelíes en la toma de decisiones tendrían que ser cautelosos a la hora de publicar un nivel demasiado grande de información específica.
También es preocupante, por supuesto, que un presidente estadounidense indeciso pueda ser percibido a veces como profunda y genuinamente irracional, una percepción del enemigo que pusiese ocasionar varias formas recíprocas “anticipatorias” por parte de Irán. También es al menos lógicamente posible que este presidente sea de hecho irracional, una perspectiva desconcertante que conllevaría a los más altos resultados de amenaza posibles. Cualquiera de tales “anticipaciones adelantadas” se generaría por el gran “éxito” de este último en fingir ser irracional.
En el análisis final, existen beneficios de seguridad críticos específicos y valiosos que probablemente se acumularían a Israel como resultado de un final intencionalmente selectivo e incremental a su ambigua política nuclear deliberada. El momento adecuado para comenzar dicho “final” puede no haber llegado todavía. Pero en el preciso momento en que Teherán pase a ser, de manera verificable, un país con capacidad nuclear, un momento que probablemente no será demorado por ningún intento disuasivo a ello de la era Trump, Israel ya debería haber configurado su asignación óptima a sus activos nucleares y la medida en que esta asignación particular debería ahora ser revelada.
Cuando llegue la hora para que Israel alivie selectivamente su ambigüedad en su área tecnológica nuclear, se debería revelar una segunda fuerza nuclear de ataque totalmente reconocible. Cualquier fuerza estratégica robusta, endurecida, multiplicada y dispersa, sería diseñada necesariamente para infligir un golpe decisivo en represalia contra las principales ciudades enemigas. Irán, se dice, siempre y cuando sea guiado por aquellos que son racionales tomando decisiones, se les debería hacer entender que los costos reales de cualquier agresión planificada contra Israel siempre excederán cualquier ganancia concebible que puedan obtener.
Este no sería el momento para que Israel proceda silenciosamente sobre tales temas.
A fin de protegerse contra adversarios con tecnología nuclear potencialmente irracionales, Israel no le queda alternativa lógica sino la de desarrollar una opción convencional preferencial pragmáticamente apropiada. Desde el punto de vista operacional, especialmente en esta fecha ya muy tardía, no podría haber garantías razonables de éxito contra múltiples objetivos ya endurecidos y dispersos. En cuanto a disuasión, también cabe destacar que “irracional” no es lo mismo que “loco” o “demente”.
Es decir, incluso un liderazgo iraní irracional pudiera tener ciertos ordenamientos de preferencia inequívocos siendo estos ambos consistentes y transitivos. Incluso un liderazgo irracional pudiera estar sujeto a amenazas disuasivas que intimidan de manera creíble ciertos valores religiosos y públicos profundamente arraigados. La dificultad para Israel será determinar la naturaleza precisa de estos valores centrales del enemigo. Si alguna vez se determinara que un liderazgo como el iraní u otro enemigo con armas atómicas estuviesen genuinamente “locos” o “dementes”, es decir, sin un ordenamiento descifrable o predecible de sus preferencias valorables, las apuestas a una disuasión más habitual tendrían que cederle el paso a otras formas residuales de anticipación.
En circunstancias tan complejas, ¿qué pudiera esperar Israel del Presidente Trump?
En principio, al menos, una preferencia nuclear israelí sigue siendo concebible. No obstante, esta pudiera considerarse realistamente solo si (1) el enemigo o enemigos relevantes de Israel han adquirido armas nucleares u otras armas no convencionales que puedan presumirse son capaces de destruir al estado judío; (2) este estado o estados enemigos han dado a entender claramente que las intenciones totalmente genocidas son paralelas a sus capacidades; (3) a este estado o estados se les creyó confiadamente de que estaban listos para comenzar una cuenta regresiva final de su ataque; e (4) Israel creyó que las reservas residuales no-nucleares no podían ni remotamente alcanzar los niveles particulares de imitar daños aún necesarios para asegurar su supervivencia nacional más básica.
Naturalmente, todas esas determinaciones vitales y cálculos son estratégicos, no jurisprudenciales. Desde el punto de vista discreto de las leyes internacionales, sin embargo, especialmente ante las amenazas expresamente genocidas de Teherán contra Israel, una opción de preferencia no nuclear pudiera representar una expresión permisible de autodefensa anticipada. Aún así, este juicio puramente legal debe mantenerse totalmente separado de cualquier evaluación paralela o coincidente de éxito operacional.
Por ahora, al menos, estas evaluaciones apuntan abrumadoramente hacia el evitar cualquier opción restante de preferencia.
En el mundo antiguo, a los soldados griegos y macedonios se les recordaba constantemente que la guerra era un asunto de “mente sobre mente” y no simplemente de “mente sobre materia”. Hoy, en dirección al futuro, Israel también debe recordar que prepararse para sobrevivir en el cada vez más anárquico “estado de naturaleza” global es una tarea eminentemente intelectual. Un corolario probable pero lamentable de este digno dictamen es que la política exterior estadounidense en la Era Trump está cada vez más desprovista de cualquier contenido intelectual serio o bien infundado.
Tomados en conjunto, esto significa, entre otras cosas, un imperativo más o menos único históricamente para que Israel modifique sus políticas estratégicas en materia nuclear, aparte de cualquier promesa confiable tradicional de apoyo por parte de los estadounidenses.
Cuando el antiguo líder ateniense Pericles pronunció su primer discurso fúnebre, al comienzo de la Guerra del Peloponeso, este advirtió acertadamente: “Lo que más temo aparte de las estrategias de nuestros enemigos son nuestros propios errores”. De cara al futuro, en Jerusalén, esta advertencia sugiere con urgencia, no depositar una confianza indebida alguna en la actual administración estadounidense. Si bien se puede esperar que Trump desaliente cualquier “Segunda Guerra Fría”, las razones particulares detrás de esta actitud aparentemente benigna (ahora bajo investigación especial en los Estados Unidos) son profundamente preocupantes. En Jerusalén, más específicamente, esto pudiese significar una colaboración de las superpotencias sin tener en cuenta los intereses vitales de seguridad de Israel, como estuvo a punto de ocurrir en otoño, 1977 cuando la administración Carter intentó orquestar un “plan de paz” soviético-estadounidense que iba en contra de los intereses nacionales de Israel (y Egipto).
Si tal escenario se repite, la seguridad de Israel se volverá más tenue. Al igual que con el ex-presidente Carter (junto a Obama), no es por boca de Trump que Israel debería esperar el “sabio consejo” estabilizador, sugerido en ‘Proverbios’. Más bien, tal guía indispensable debe derivarse de la obligación intelectual de evaluar continuamente la “correlación de fuerzas” generales en la región, un imperativo desafiante que incluye una evaluación meticulosa y comparativa de la racionalidad de los líderes enemigos y la necesidad derivada de distinciones entre una guerra deliberada e inadvertida. Además, una guerra inadvertida, ya sea convencional o nuclear (o ambas), necesitaría ser subdividida según la distinción una guerra por accidente o por un error de cálculo.
Sin la debida atención a este imperativo central, Israel tiende a sistematizar insuficientemente su planificación en el área de defensa nacional, una negligencia estratégica que pudiera ocasionar costos existenciales.
Otras dos recomendaciones surgen para maximizar la fortaleza y seguridad nacional. Primero, las evaluaciones que realizan las FDI deben considerar continuamente la organización cambiante de las unidades estatales enemigas, sus estándares de entrenamiento, su moral, sus capacidades de reconocimiento, experiencia de combate, adaptabilidad al próximo campo de batalla y capacidades acumulativas para la guerra cibernética. Aunque estas evaluaciones no son difíciles de hacer de forma individual o fragmentaria, los planificadores israelíes tendrán muy pronto que conceptualizarlas integralmente, en su totalidad. Además, tal re-conceptualización integradora tendrá que tener en cuenta ciertas expectativas cambiantes provenientes del apoyo presidencial estadounidense.
Segundo, las evaluaciones por parte de las FDI deben considerar las capacidades e intenciones de los sub-estados adversarios de Israel, es decir, la configuración total de los grupos terroristas anti-israelíes. Estos grupos deben ser considerados “sinérgicamente”, en sus expresiones más holísticas y específicamente, a medida que se relacionan entre sí en relación a Israel. Estos grupos terroristas también deberán ser examinados en términos de sus relaciones interactivas con ciertos estados, un examen que involucre una búsqueda de sinergias dominantes por parte de las FDI entre enemigos híbridos (estatales y no-estatales).
En todos esos exámenes, Jerusalén tendrá que asegurarse de que todos sus adversarios semi-estados e híbridos también sean vistos como enemigos por el presidente estadounidense. De cara al futuro, es probable que el desafío existencial más evidente de Israel provenga de Irán. Si alguna vez se introdujeran las armas nucleares en la ecuación iraní-israelí, una guerra nuclear, en un nivel u otro, bien pudiera ocurrir mientras (a) los primeros ataques de Teherán no destruyan la capacidad nuclear del segundo ataque de Israel; (b) Las represalias iraníes a una acción preventiva convencional israelí no destruyan la capacidad de Israel de contra-atacar con armas nucleares; (c) los ataques preventivos de Israel que involucren armas nucleares no destruirán las capacidades del segundo ataque del estado enemigo; y (d) las represalias israelíes a los primeros ataques convencionales iraníes no destruyan la capacidad de contra-ataque nuclear de Teherán.
Esto significa que para cumplir con sus obligaciones de seguridad nacional más básicas, Israel debe inmediatamente tomar los pasos apropiados para asegurar la probabilidad de (a) y (b) y la improbabilidad recíproca de (c) y (d).
Esto debería hacer que aquellos que dibujan los planes israelíes consideren prioridades o anticipen una auto-defensa. Este derecho habitual de jurisprudencia internacional ha sido amplia y autoritariamente respaldado antes de la era nuclear, cuando los imperativos de prevención eran menos convincentes. El eminente jurisprudente suizo del siglo 18 Emmerich de Vattel argumentó que “el plan más seguro es prevenir la maldad, donde fuese posible. Una nación tiene derecho a resistir la herida que otra intenta infligir sobre esta y el utilizar la fuerza y todos los demás medios de resistencia justos en contra del agresor”.
Tal como se señaló anteriormente, una anticipación nuclear por parte de Israel contra Irán pudiera ser posible bajo ciertas circunstancias, aunque en un futuro previsible este escenario siniestro es altamente inverosímil. Esto significa que Israel debe hacer todo lo posible por minimizar cualquier eventualidad en la que tal prevención extrema pueda tener sentido y neutralizar así cualquier posible agresión nuclear iraní en la región. Esto pudiera incluir más bombardeos israelíes a instalaciones militares vinculadas al programa de armas químicas del régimen de Assad.
En esencia, dado que el régimen de Damasco y Hezbollah son agentes de Teherán, permitir un mayor desarrollo de armas químicas sirias mejoraría efectivamente la posición estratégica de Irán respecto a Israel. Además, las obligaciones en el área de seguridad de Israel provienen del abandono de facto por parte de Washington de sus propias obligaciones simultáneas, que datan de la administración Obama. Obviamente, al menos en un sentido de legalidad, Moscú ha delinquido por igual como garante de una “gran potencia” de bienestar y seguridad regional. Cabe recordar que, tradicionalmente a las grandes potencias se les ha otorgado una responsabilidad desproporcionada a fin de garantizar la paz y la seguridad del mundo en el anárquico sistema internacional. Jurisprudencialmente, este estado de cosas se remonta al tratado de paz de Westfalia de 1648 que puso fin a la Guerra de los Treinta Años.
En consecuencia, el Mayor General (ret.) Amos Yadlin, ex-jefe de inteligencia militar israelí, dijo que la incursión a comienzos de septiembre, 2017 contra el centro de investigación científico sirio tenía como objetivo enviar tres mensajes: “Israel no permitirá darle poder y producción de armas estratégicas. Israel tiene la intención de hacer cumplir sus líneas de no retorno a pesar de que las grandes potencias las están ignorando. Y que la presencia de la defensa aérea rusa no previene los ataques aéreos atribuidos a Israel”.
Estos tres mensajes representan acusaciones más o menos inequívocas (aunque posiblemente involuntarias) de las políticas del Presidente Trump hacia Israel. Aunque el segundo mensaje es el más directo en este aspecto, el tercer mensaje es también un reconocimiento indirecto a la disminución del poderío e influencia estadounidense en la región. Una auto-dependencia decidida siempre ha sido absolutamente esencial para la postura de seguridad nacional de Israel, pero tal determinación se ha vuelto más evidente y primordial que nunca. De ello se desprende, entre otras cosas, que Jerusalén debe hacer lo que sea necesario para preservar su restante “profundidad estratégica” y mantener su disuasión creíble en ambas formas, la convencional y la nuclear.
De vez en cuando, puede significar también que Israel no solo debe fortalecer continuamente sus entrelazadas defensas de misiles y también prepararse con excepcional creatividad e imaginación para todas las posibles guerras futuras que pudieran tener que librarse con un apoyo menor de los estadounidenses. Ante cualquier recordatorio que representara un ejemplo de audacia nacional, los encargados de tomar las decisiones en Jerusalén también pudieran recordar la perspicacia germana del libro ‘On War – Respecto a la Guerra’ de Carl von Clausewitz: “Existen momentos en que la máxima osadía es el pináculo de la sabiduría”.
Tal audacia es parte del “sabio consejo” bíblico sugerido en ‘Proverbios’.
Louis René Beres es Profesor Emérito de Derecho Internacional en Purdue y autor de 12 libros y varios cientos de artículos sobre el tema de estrategia y guerras nucleares. Su último libro es Sobreviviendo en Medio del Caos: La Estrategia Nuclear de Israel (Rowman & Littlefield, 2016).