Ningún cliché ha dominado más el discurso sobre la situación de Gaza que la percepción que sostiene que la violencia palestina actual es el corolario de la situación económica extrema de la Franja. Tan pronto como Hamás e Israel se fundieron en otro enfrentamiento armado de las últimas semanas, los medios de comunicación, los expertos en política exterior y políticos de todo el mundo instaron a la rehabilitación inmediata de Gaza como panacea para su propensión a la violencia endémica. Incluso los miembros superiores de las Fuerzas de Defensa de Israel opinaron que un “proceso no militar” de ayuda humanitaria podría producir un cambio importante en la situación de Gaza.
Si bien no se puede negar parte del argumento, tampoco hay manera de contradecir y de afirmar que es infundado que lo totalmente opuesto sea la verdad. Porque “no es” el malestar económico de Gaza lo que ha precipitado la violencia palestina; más bien, es la violencia endémica del Hamás lo que ha causado la crisis humanitaria de la Franja.
Por un lado, un sinnúmero de naciones y grupos en el mundo de hoy soportan condiciones socioeconómicas o políticas mucho más duras que los palestinos, sin embargo, ninguno ha abrazado la violencia y el terrorismo contra sus vecinos con tal presteza y en una escala tan masiva.
Por otro lado, no existe una relación causal entre las dificultades económicas y la violencia masiva. Por el contrario, en el mundo moderno no son los pobres y los oprimidos lo que han llevado a cabo los peores actos de terrorismo y violencia, sino, más bien, las vanguardias militantes de entre los círculos de mejor formación y más adineradas de la sociedad, ya sean terroristas internos y grupos en el oeste o sus contrapartes del Medio Oriente.
Arafat, por ejemplo, era un ingeniero, y su compañero terrorista George Habash – el pionero del secuestro de aviones – un médico. Hassan al-Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes, fue un maestro de escuela, mientras que su sucesor, Sayyid Qutb, cuya marca de celo del Islam dispararon generaciones de terroristas, incluyendo el grupo detrás del asesinato del presidente egipcio Anwar Sadat, fue un crítico literario y un ensayista. Los terroristas del 9/11, y mucho más su financiador el multimillonaria Osama bin Laden, así como los terroristas que masacraron a sus compatriotas británicos en julio de 2005 y aquellos que sacrificaron a sus correligionarios en Argelia e Irak, no eran campesinos pobres o trabajadores impulsados por la desesperanza sino que eran fanáticos educados motivados por el odio y los ideales religiosos y políticos extremos.
Tampoco el Hamás ha sido y es una excepción a esta regla. No sólo que posee un liderazgo altamente educado, sino que ha hecho un gran esfuerzo para educar a sus seguidores, especialmente a través de la toma de la Universidad Islámica de Gaza y su transformación en un invernadero para adoctrinar generaciones de militantes y terroristas. El fundador de Hamás, el jeque Ahmed Yassin, estudió en la Universidad Al-Azhar en El Cairo, probablemente la más prestigiosa institución del mundo islámico de aprendizaje religioso superior, mientras que su sucesor, Abdel Aziz Rantisi, fue un médico, como lo es el cofundador de Hamás, Mahmoud Zahar. El actual líder del grupo, Ismail Haniyeh, y Muhammad Def, jefe del ala militar de Hamás, son graduados de la Universidad Islámica de Gaza, mientras que Khaled Mashal estudió física en Kuwait, donde residió hasta 1990. Todos ellos son productos muy alejados de la privación y la desesperación.
Esta propensión a la violencia entre las clases educadas y adineradas de la sociedad palestina se refleja crudamente en la identidad de los 156 hombres y ocho mujeres que se detonaron a sí mismos en los pueblos y ciudades de Israel durante los primeros cinco años de la “Intifada de Al-Aqsa” en donde asesinaron a 525 personas. La abrumadora mayoría de los asesinados eran civiles israelíes. Un mero 9% de los autores tenía educación básica, mientras que el 22% eran graduados universitarios y el 34% eran graduados de la secundaria. Del mismo modo, un estudio exhaustivo de los terroristas suicidas del Hamás y la Yihad Islámica desde finales de 1980 a 2003 encontró que sólo el 13% procedía de una familia pobre, en comparación con el 32% de la población palestina en general. Más de la mitad de los terroristas suicidas ingresaron a la educación superior, en comparación con solo el 15% de la población general.
Por el contrario, las sucesivas encuestas de opinión pública entre los residentes palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza durante la década de 1990 revelaron un apoyo mucho más fuerte hacia el naciente proceso de paz con Israel, y la oposición al terrorismo, entre las zonas más pobres y menos educadas de la sociedad – que representa la gran mayoría de la población. Así, por ejemplo, el 82% de las personas con un bajo nivel de educación apoyó el Acuerdo Provisional de septiembre de 1995, que prevé la retirada israelí de las áreas palestinas pobladas de Cisjordania, y el 80% se opuso a los ataques terroristas contra civiles israelíes, comparado con el 55% y 65%, respectivamente, entre los graduados universitarios.
En pocas palabras, no es la desesperación socioeconómica sino el rechazo total del derecho de Israel a existir, inculcada por la OLP y Hamás entre los desafortunados sujetos de Cisjordania y Gaza en los últimos 25 años, lo que subyace a la incesante violencia anti-israelí que emana de estos territorios y su consiguiente estancamiento y declive económico.
En el momento de la firma de septiembre de 1993 de la Declaración de Israel y la OLP sobre los principios, las condiciones en los territorios eran mucho mejores que en la mayoría de los países árabes – a pesar del declive económico causado por la Intifada de 1987-1993. Pero dentro de los seis meses de la llegada de Arafat en Gaza (en julio de 1994), el nivel de vida en la Franja de Gaza cayó en un 25%, y más de la mitad de los residentes de la zona afirmó haber sido más feliz en virtud del dominio de Israel. A pesar de ello, en el momento en el que Arafat lanzó su guerra terrorista en septiembre de 2000, el ingreso palestina per cápita era casi del doble, más de cuatro veces de lo que se ganaba en Siria o Yemen y el 10% más alto que lo que se obtenían en Jordania – uno de los más ricos estados árabes. Solo los estados petroleros del Golfo y Líbano eran más ricos. En el momento de la muerte de Arafat, en noviembre de 2004, y debido a la guerra emprendida contra su terrorismo se había reducido drásticamente este ingreso a una fracción de sus niveles anteriores, el PIB real per cápita un 35% por debajo del nivel anterior a septiembre de 2000, el desempleo ascendió a más del doble, y numerosos palestinos se habían visto reducidos a la pobreza y la desesperación. Y mientras que la supresión de la guerra contra el terrorismo generó una recuperación constante, entre los años 2007-11, incluso la grabación de un crecimiento anual medio superior al 8%, la guerra de Margen Protector de mediados de 2014 borró todas estas mejoras.
De hecho, además de reflejar la superioridad socioeconómica básica de Cisjordania vis-à-vis frente a Gaza, la creciente brecha entre las dos zonas durante los años de Oslo (la diferencia en el ingreso per cápita se disparó del 14% al 141%) era un corolario directo de la transformación de la Franja de Gaza, bajo el Hamás, en una entidad esencialmente terrorista, en contraste con la relativa tranquilidad de Cisjordania en los años post al-Aqsa.
Esto, a su vez, significa que mientras continúe la Franja de Gaza regida por la ley de la selva del Hamás, ninguna sociedad civil palestina, y mucho menos un estado viable, se pueden desarrollar allí. Así como la creación de sociedades libres y democráticas en Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial hizo necesaria una transformación socio-política y educativa integral, por lo que, también, es sólo cuando la población local barra a sus gobernantes opresivos, cuando erradique la violencia endémica de la política y la vida social y entre los maestros, impulsando las virtudes de la convivencia con Israel, solamente entonces Gaza podrá aspirar a un futuro mejor.
El autor de este artículo es director del Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos, profesor emérito de Oriente Medio y los estudios mediterráneos en el Kings College de Londres, y editor del Middle East Quarterly.