Tan pronto los árabes palestinos huyeron de sus hogares durante la guerra de 1948-49, fueron puestos bajo el ala protectora de la comunidad internacional y protegidos como ningún otro grupo en circunstancias similares. Este trato especial abarcó desde su reconocimiento como refugiados a pesar que muchos no cumplían con los criterios básicos para tal condición, hasta la creación sin precedentes de una agencia de ayuda dedicada exclusivamente a su bienestar: La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente, o la UNRWA.
Sin embargo, en lugar de ayudar a resolver el problema de los refugiados palestinos, esta singular indulgencia solo ha servido para confirmar su permanencia. Y ningún factor ha contribuido más a esta perpetuación que la propia UNRWA que, en lugar de poner fin a la ayuda directa y transferir la responsabilidad de los refugiados a los estados árabes que les acogerán en unos cuantos meses, tal como lo estipula su mandato, los ha mantenido subsidiados por la ONU durante décadas bajo falsas pretensiones humanitarias.
Seleccionados para ser privilegiados
La Segunda Guerra Mundial creó una crisis humanitaria sin precedentes. Solo en Europa, más de 16 millones de refugiados y desplazados languidecieron en busca de una solución a su difícil situación. Esto incluyó a unos 13 millones de alemanes expulsados de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y otros países de Europa Oriental; casi 2.5 millones de polacos, ucranianos, bielorrusos, rusos y lituanos expulsados de sus tierras natales a sus estados recién delineados; unos 250.000 sobrevivientes judíos del Holocausto pernoctaban en campamentos superpoblados (principalmente) en el país que acababa de asesinar a 6 millones de sus hermanos; y a más de 400.000 finlandeses expulsados de la Carelia ocupada por los soviéticos por segunda vez en 50 años.
Imagen de la portada – La UNRWA no solo no ha ayudado a resolver el problema de los refugiados palestinos, sino que amplificó el problema. La UNRWA fue concebida inicialmente como una agencia efímera, pero su mandato fue perpetrado al declarar que la condición de “refugiado” palestino es hereditaria, lo que permite aplicarla a los descendientes de los primeros refugiados.
Estos problemas masivos de refugiados fueron manejados por la Organización Internacional de Refugiados (OIR), establecida por la Asamblea General de la ONU en diciembre de 1946 y heredada en enero de 1951 por la Oficina del Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR o UNHCR), que rápidamente expandió su perspectiva euro-céntrica inicial para incluir a los refugiados y desplazados de todo el mundo. Hubo una sola excepción a este patrón: los escapados árabes de la guerra de 1948-1949 que recibieron su propia agencia de ayuda, la Agencia de Ayuda de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (UNRPR), establecida en noviembre de 1948 y heredada el 1 de mayo de 1950 por la UNRWA. Y mientras la UNHCR fue creada con un presupuesto anual reducido de $300.000, la UNRWA fue establecida bajo el supuesto de que “se requerirá el equivalente a aproximadamente $33.700.000 para programas de ayuda directas y obras para el período del 1 de enero al 31 de diciembre de 1950”. En otras palabras, los refugiados palestinos recibieron 110 veces el dinero asignado al trato de todos los demás refugiados en todo el mundo.
Sesenta y ocho años después, la ACNUR cuenta con cerca de 11.000 personas que manejan 17.2 millones de refugiados (o 1568 refugiados por trabajador) y 65.6 millones de desplazados forzados en comparación con los más de 30.000 empleados de la UNRWA que manejan unos 5.3 millones de “refugiados” (o 176 refugiados por trabajador). Es decir: los “refugiados” palestinos reciben 10 veces más recursos humanos que sus homólogos menos afortunados en cualquier lugar del mundo y 34 veces el apoyo humanitario que se le brinda a los desplazados en todo el mundo.
La palabra “refugiados” ha sido citada en referencia a los palestinos actualmente atendidos por la UNRWA por la sencilla razón de que no corresponden al concepto convencional de refugiados, que considera a este fenómeno como una situación temporal que debe ser corregida rápidamente. Ya en 1929, la Liga de Naciones decidió que su Oficina Internacional para los Refugiados sería clausurada en una década como máximo. Su sucesor en la ONU, la Organización Internacional de Refugiados, fue creada de manera similar como órgano temporal debido a las actividades de clausura para finales del año 1950, mientras que la Oficina del Alto Comisionado para los Refugiados fue inicialmente concebida como una agencia de 3 a 5 años de duración.
De la misma manera, la Ayuda de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina fue creada bajo el supuesto “de que el problema se resolvería en cuestión de meses”, e incluso la UNWRA fue concebida inicialmente como una agencia efímera aunque su mandato se vio rápidamente perpetuado al convertir de manera única en hereditaria la condición de “refugiado” palestino para permitir así su aplicación indefinida a los descendientes de los primeros refugiados.
Lo que hace que esta indulgencia mutua perpetuada sea aún más extraordinaria es que incluso el designar originalmente a los palestinos como refugiados iba en contra de ambas la definición estándar de esta condición y el trato internacional de situaciones humanitarias contemporáneas similares, si no peores.
¿Refugiados verdaderos?
Tergiversar a agresores fallidos por víctimas. La noción de refugiados y desplazados ha sido invariablemente equiparada con la victimización no provocada: ser receptor de la agresión. Los miembros de las partes en conflicto, incluyendo a civiles inocentes víctimas de la agresión de sus gobiernos, han sido vistos como culpables, no merecedores del apoyo internacional humanitario.
De esta manera, por ejemplo, la constitución de la OIR no solo denegó el estatus de refugiado a los millones de “personas de origen étnico alemán” expulsados de sus hogares tras la guerra, obligando de esta manera a la Alemania Occidental (y Oriental) a reasentarlos en sus territorios a expensas suyas, pero también destacó a personas que “voluntariamente han ayudado a las fuerzas enemigas desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial en sus operaciones contra las Naciones Unidas”. Además, estipuló que Alemania y Japón deberían pagar, “en la medida de lo posible” “la repatriación de los millones de desplazados como resultado de su agresión en tiempos de guerra. Del mismo modo, Finlandia no solo tuvo que absorber a los más de 400.000 refugiados de Carelia sin apoyo internacional, sino que se vio obligado a pagar reparaciones masivas a Moscú por haber ayudado al ataque alemán en contra de la Unión Soviética.
Imagen: Chicos refugiados en Wilhelmshaven, Alemania. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa vio a más de 16 millones de refugiados y desplazados. La UNRWA recibió 110 veces los fondos para los 600.000 refugiados palestinos que la cantidad asignada para todos los demás refugiados en todo el mundo. Los alemanes como agresores no fueron reconocidos como refugiados, pero los palestinos sí lo fueron.
En contraste, los palestinos y los estados árabes nunca han sido culpados por su “guerra de exterminio y masacre”, para utilizar las palabras del secretario general de la Liga Árabe Abdul Rahman Azzam contra el naciente estado de Israel. Más bien al contrario, de hecho. A pesar de la advertencia del secretario general de la ONU Trygve Lie de que “las Naciones Unidas no podían permitir que esa agresión tuviese éxito y al mismo tiempo sobrevivir como una fuerza influyente para un arreglo pacífico, seguridad colectiva y de leyes internacionales significativas”, los palestinos y los estados árabes fueron generosamente recompensados por esa misma agresión. Los primeros se han convertido en el grupo de refugiados más privilegiados de todos los tiempos; estos últimos han sido generosamente remunerados por acoger a los desplazados cuya dispersión ellos primeramente provocaron.
Esta guerra de agresión no-provocada debería haber excluido de ipso-facto a los palestinos de su estatus de refugiados, debería haberlos obligado a compensar a sus víctimas judías e israelíes y haber hecho que su rehabilitación tuviese presente a sus líderes y regímenes árabes como fue hecho con la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial y sus colaboradores. Sin embargo, no fue así. Además, su designación como refugiados tampoco cumplió con la definición internacionalmente aceptada de este estatus en varios otros aspectos clave.
¿”Refugiados internos”? La constitución de la OIR definía al refugiado como “una persona que se ha marchado, o que está fuera de su país natal o fuera de su residencia habitual anterior” y esta definición fue reafirmada por la Convención de 1951 sobre el Estatuto de Refugiados, que aplicaba el término a cualquier persona que “esté fuera del país natal y no pueda o no esté dispuesto a acogerse a la protección de ese país; o que, al no poseer una nacionalidad y estar fuera del país de su anterior residencia habitual como resultado de tales eventos, no puede o, no está dispuesto a regresar a este. “Esta definición ha sido ampliada por la UNHCR sin cambiar su esencia general de incluir “personas que se encuentran fuera de su país natal o residencia habitual y que no pueden regresar debido a amenazas graves e indiscriminadas a sus vidas, a su integridad física o a la libertad como resultado de la violencia generalizada o acontecimientos que perturben gravemente el orden público”.
La ecuación de aquel que posee la condición de refugiado estando fuera de la patria no fue ni accidental ni una semántica de argumentos erróneos. Aparte del inmenso trastorno ocasionado por la Segunda Guerra Mundial, los años inmediatos a la posguerra vieron una serie de dispersiones masivas de población, especialmente los 13 millones de hindúes y musulmanes desplazados durante la partición de 1947 del subcontinente hindú en los nuevos estados de India y Pakistán; los millones dispersados durante la contienda civil china y los 700.000 desplazados durante la guerra civil griega. Abrumados por la crisis europea de refugiados posterior a la Segunda Guerra Mundial y deslumbrados por la magnitud del problema en otros lugares, las recién establecidas Naciones Unidas intentaron evitar la responsabilidad de estas crisis tal como lo demuestran la constitución de la OIR y las deliberaciones que llevaron a su reemplazo por la UNHCR y la convención de refugiados de 1951. Insistiendo en que la protección de los refugiados “solo puede ser sustanciosa si le es concedida a todos los Miembros de las Naciones Unidas”, la representante de los Estados Unidos (y ex-Primera Dama) Eleanor Roosevelt hizo hincapié en la impracticabilidad de la idea. Solo 18 estados se convirtieron en miembros de la OIR, mientras que la mayoría de los otros gobiernos se abstuvieron de hacerlo principalmente por razones financieras, argumentó ella.
Sería, por lo tanto, mejor adherirse a la definición de refugiados de la OIR que se centraba en proteger a aquellos fuera de su patria natal que buscar el objetivo inalcanzable de proveer asistencia material a “todas las categorías de refugiados existentes en cualquier parte del mundo”. Esta línea de pensamiento prevaleció, los millones de hindúes, paquistaníes, chinos y griegos “refugiados internos” no fueron reconocidos como refugiados por la convención de 1951.
Hubo, sin embargo, una vez más, una notable excepción: los palestinos. Mientras 480.000 de los 600.000 árabes palestinos que huyeron de sus hogares durante la guerra de 1948-49, o el 80% permanecieron en lo que solía ser el país natal al estallar las hostilidades, es decir, la Palestina Mandatoria, sin embargo, estos fueron reconocidos como refugiados. Y a modo de legitimar esta singular aberración, la convención de 1951 excluyó específicamente a los palestinos la necesidad de cumplir con su definición como resultado de que se beneficiaban “de la protección o asistencia de un organismo de las Naciones Unidas que no fuese la UNHCR”. Esto le permitió a la UNWRA adoptar la definición altamente inclusiva de refugiado como “una persona necesitada que, como resultado de la guerra en Palestina, ha perdido su hogar y sus medios de subsistencia”, consciente de los innumerables casos límite, resultantes de la continua presencia de los “refugiados” en su país natal:
En algunas circunstancias, una familia puede haber perdido parte o la totalidad de su tierra por la cual aseguraba su sustento, pero aún puede poseer una casa donde vivir. Otros pueden haber vivido de un lado del límite, pero trabajaron en lo que es hoy Israel la mayor parte del año. Otros, como los beduinos, normalmente se mudaban de un área del país a otro y algunos escapaban con parte o la totalidad de sus bienes, pero no podían regresar a la zona donde anteriormente residían la mayor parte del tiempo.
Para estar seguros, los 200.000 que escaparon a la Franja de Gaza y los 280.000 que huyeron al territorio que luego se convirtió en Cisjordania tras su anexión a Jordania en abril, 1950 no estaban en posición de regresar a sus hogares de antes de la guerra. Esto se debió a que sus líderes y los gobiernos egipcio y jordano que conquistaron estas áreas durante la guerra no lo permitieron y porque Israel no permitiría su repatriación antes de que una paz integral fuese concluida en caso de que esto pudiese ser “aprovechado para alentar actividades hostiles o subversivas “como lo temía la OIR”.
Sin embargo, estos desplazados permanecieron en su país natal y pudieron haber reconstruido fácilmente sus vidas allí como ciudadanos comunes en lugar de refugiados, ya sea al permitirles proclamar su propio estado independiente en Cisjordania y Gaza, tal como lo estipula la resolución de partición de noviembre, 1947 o como ciudadanos de los respectivos estados ocupantes.
De hecho, los 280.000 fugitivos en Cisjordania, junto a los 88.000 que habían huido a Transjordania (al este del Río Jordán) es decir, un total de 368.000, más del 60% de aquellos que huyeron de sus hogares durante la guerra, se convirtieron en ciudadanos jordanos incluso antes de la anexión oficial de la zona al Reino Hachemita de Jordania.
Esto, por sí solo, debió haberlos descalificado para el estatus de refugiados, ya que tanto la Constitución de la OIR como la Convención de 1951 niegan inequívocamente este estatuto y los beneficios que conlleva para cualquier refugiado que “haya adquirido una nueva nacionalidad y disfrute de la protección del país otorgante de su nueva nacionalidad”. “De acuerdo a esta decisión, en 1952-53, el Alto Comisionado para los Refugiados rechazó la solicitud de Ankara de otorgarle el estatus de refugiado a las 154.000 personas de origen turco que habían sido expulsadas de Bulgaria con el argumento de que habían dejado de ser refugiados al recibir la ciudadanía turca. Sin embargo, este principio nunca se ha aplicado a los palestinos a quienes se les ha otorgado la ciudadanía jordana o a sus descendientes, lo que equivale a unos 3 millones de “refugiados” en los términos actuales.
Aún menos merecedores de la condición de refugiado son los palestinos que se trasladaron de la Ribera Occidental del Reino Hachemita de Jordania a su orilla oriental durante la guerra de junio, 1967. No solo permanecieron en el país natal bajo el mandato de su propio gobierno sino que, como miembros de la parte agresora, no cumplían con el requisito básico de la condición de refugiados: el de ser víctimas. El 5 de junio, al estallar las hostilidades en el frente egipcio, Israel le transmitió varios mensajes secretos al Rey Hussein de Jordania, rogándole que se mantuviera alejado de los combates y prometiendo que, en tal eventualidad, su reino no saldría perjudicado. Si el rey hubiese hecho caso de estas súplicas y se hubiese abstenido de atacar a Israel, no hubiese habido guerra y Cisjordania hubiera permanecido bajo su total control.
¿Huida justificada? Por último, pero no menos importante, la convención de 1951 vinculó la huida del pueblo de su patria nacional, calificándolos al estatuto de refugiados, con el “temor fundado de ser perseguidos por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social particular u opinión política”. Sin embargo, tal temor no debió haber existido en el caso palestino, no en 1967, cuando se hizo evidente en días en que palestinos de la Cisjordania no enfrentaron una amenaza inminente a sus vidas o propiedades y menos en 1948-49, cuando el liderazgo sionista hizo todo lo posible para articular su deseo de una coexistencia pacífica con la población árabe del país. De hecho, tan pronto como las armas acallaron, los refugiados le dijeron a un alto diplomático británico en una misión de investigación a Gaza en junio, 1949 que “ellos no tienen ninguna disputa con los judíos, que han cohabitado con los judíos toda su vida” y están perfectamente listos para regresar y convivir con ellos nuevamente”.
Estas no fueron palabras vacías. Al aceptar la resolución de partición, el movimiento sionista aceptó el principio de una solución de dos estados y todas las deliberaciones posteriores estuvieron basadas en la suposición de que los árabes palestinos permanecerían como ciudadanos por igual en el estado judío que surgiría con la terminación del mandato británico. En palabras de David Ben-Gurion, que pronto se convertirá en el primero de los primer ministros de Israel: “En nuestro estado, también habrá no-judíos y todos ellos serán ciudadanos por igual; iguales en todo sin excepción; es decir: el estado también será su estado”.
Alineado a esta concepción, los comités que sentaron las bases para el naciente estado judío discutieron en detalle el establecimiento de una prensa en idioma árabe, la mejora de la salud en el sector árabe, la incorporación de funcionarios árabes en el gobierno, la integración de los árabes en la policía y en el ministerio de educación y la interacción cultural e intelectual árabe-judía. No menos importante es que el plan militar de Hagana (la principal organización clandestina judía en la Palestina obligatoria) para rechazar una anticipada invasión panárabe (o Plan D) tuvo como base las instrucciones explícitas de la Galilea de Israel, el comandante en jefe del Hagana, respecto al “reconocimiento de los plenos derechos, necesidades y libertad de los árabes en el estado hebreo sin discriminaciones y un deseo de coexistencia sobre la base de libertad y dignidad mutuas”.
El mismo principio fue consagrado en la Declaración de Independencia de Israel el 14 de mayo de 1948 que se comprometió a “mantener absoluta igualdad social y política de derechos para todos sus ciudadanos, sin distinción de religión, raza o sexo” e instó a los ciudadanos árabes “a participar en la construcción del estado sobre la base de una ciudadanía plena y equitativa y sobre la base de una representación adecuada en todas sus instituciones, provisionales y permanentes. “En su primera reunión, dos días después, el gobierno israelí provisional discutió una ley básica que regula las instituciones y prácticas dominantes del estado naciente que garantizaban, entre otras cosas, el derecho de los ciudadanos árabes a ser elegidos al parlamento y servir como ministros del gabinete, así como también el continuo funcionamiento de los tribunales religiosos autónomos musulmanes (y cristianos) que existieron durante el mandato. Cuatro meses después, el gobierno decidió que el árabe, junto al hebreo, servirían como idiomas oficiales en todos los documentos y certificados públicos.
Si el liderazgo palestino y los regímenes árabes vecinos hubiesen aceptado la resolución de partición en lugar de intentar destruir al estado de Israel en su nacimiento, no hubiese habido guerra ni problema de refugiados en lo absoluto. La mayoría de la población árabe Mandatoria de Palestina hubiera residido en el eventual estado árabe y una minoría árabe sustancial hubiese vivido pacíficamente en Israel. Por lo tanto, el éxodo palestino no fue resultado del “temor ya fundado de ser un perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad, miembro de un grupo social particular u opinión política”, sino el corolario de una fallida guerra de aniquilación contra un vecino pacífico.
Del mismo modo, la desbandada palestina durante la guerra de 1967 no fue consecuencia de un “temor bien fundado de persecución”. La derrota israelí al segundo intento panárabe de destruirlo en una generación no representaba una amenaza para la población civil de Cisjordania. Muy por el contrario, de haber dependido de Israel, la guerra no hubiese llegado a este frente en primer lugar, tal como lo demuestran las súplicas secretas al Rey Hussein mencionadas anteriormente. Además, habiendo Cisjordania finalizado combatir en tan solo cuatro días, era claro para todos que no había un plan israelí de perjudicar ni mucho menos expulsar a la población palestina en este territorio.
Inflando las cifras de refugiados
Además de reconocer a los palestinos como refugiados a pesar de no cumplir con los criterios básicos a este estatus y asignar una agencia distinta para atender sus asuntos, los estadounidenses registraron ciegamente a innumerables demandantes falsos como refugiados a pesar de su entusiasta conciencia a la omnipresencia de este fraude, permitiendo luego que su estatus falsamente obtenido sea pasado a las generaciones futuras.
Imagen: Palestinos que se mudaron de la Cisjordania de la parte de Jordania a su ribera oriental durante y después de la Guerra de los Seis Días, tal como se ve aquí cruzando el Río Jordán, el 22 de junio, 1967 no son refugiados ya que permanecieron en su país natal bajo el mandato de su propio gobierno.
A comienzos de agosto, 1948 luego de ocho meses de combates entre árabes y judíos, el director del Proyecto de Ayuda en Casos de Desastre (PAD) en Palestina Sir Raphael Cilento, estableció el número de refugiados de 300.000 a 350.000 y el Informe de la Asamblea General del mediador de la ONU para Palestina Folke Bernadotte el 16 de septiembre decidió por la cifra ligeramente más alta de 360.000. Un informe suplementario presentado un mes más tarde por el sucesor de Bernadotte, Ralph Bunche, elevó la cifra a 472.000, estimando el número de personas que necesitarían ayuda de la ONU en el período de 9 meses del 1 de diciembre, 1948 al 1 de agosto de 1949 en 500.000.
Por ahora, sin embargo, los árabes aumentaron dramáticamente la apuesta. En octubre, 1948 la Liga Árabe estableció el número de refugiados en 631.967 y para finales del mes, los estimados oficiales árabes oscilaban entre 740.000 y 780.000. Cuando la organización de Ayuda de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina comenzó a funcionar en noviembre, 1948 halló a unos 940.000 refugiados en sus listas de ayuda.
Funcionarios estadounidenses consideraron que estas cifras eran extremadamente exageradas, sobre todo porque no hubo gran afluencia de refugiados desde que Bernadotte y Bunche presentaron sus estimados siendo estos mucho más bajos. A modo de ilustración por las infladas cifras árabes, Cilento señaló las denuncias de una creciente presencia de refugiados en ciertos lugares en un momento en que su número verdadero en estos lugares había de hecho disminuido. Del mismo modo, en su informe de octubre, Bunche señaló la falsa acusación de las autoridades sirias a la existencia de 30.000 refugiados en las ciudades de Alepo, Latakia, Hama y Homs, en el norte, mientras que la cifra real apenas alcanzaba la mitad de dicha cantidad. Sir John Troutbeck, jefe de la oficina británica de Medio Oriente en El Cairo, tuvo una primera impresión a la inflación generalizada del número de refugiados durante una misión de investigación a Gaza en junio, 1949. Este le informó a Londres: “Los cuáqueros tienen casi 250.000 refugiados en sus libros. Estos admiten, sin embargo, que las cifras no son confiables, ya que es imposible detener todo fraude en la realización de retornos. Las muertes, por ejemplo, nunca se registran, ni los nombres son borrados de los libros de quienes abandonan el distrito clandestinamente. También es muy posible que algunos nombres estén registrados más de una vez para obtener raciones adicionales”.
Esta situación no es de sorprender. Las cifras en la población de la sociedad árabe palestina, especialmente de las comunidades rurales musulmanas, eran notoriamente muy poco confiables, ya que tenían como base información proporcionada por jefes rurales y urbanos (mujtar) las cuales fueron infladas deliberadamente para obtener mayor apoyo gubernamental, especialmente en las raciones de alimentos. Tal como se explicó en el prefacio del Village Statístic de 1945 obligatorias por el gobierno, por todo el “muy detallado trabajo” invertido en este exhaustivo compendio de la Palestina rural, sus estimados “no pueden ser considerados sino como estimados aproximados que en algunos casos pueden que finalmente difieran incluso considerablemente, de las cifras verdaderas. “Del mismo modo, el volumen complementario de la Encuesta de Palestina (1946), compilado en junio, 1947 para información del Comité Especial de la ONU sobre Palestina (UNSCOP), reveló que muchos casos de muerte, especialmente en áreas rurales, no han sido reportados. Estas omisiones (que se deben principalmente a los intentos de obtener la ración de alimentos de los fallecidos) afectan seriamente la fiabilidad de las tasas de mortalidad (en particular las tasas de mortalidad infantil) y la tasa del incremento natural.
Incluso si se aceptase lo estimado del suplemento de 1.3 millones de árabes palestinos a finales de 1946 (la cifra verdadera era probablemente menor al 10%), el número de refugiados no pudiera acercarse a lo imaginado a las supuestas cifras árabes. Esto se debe a que entre 550.000 y 600.000 árabes que vivían en los distritos obligatorios de Samaria, Jerusalén y Gaza (que posteriormente se convirtieron en Cisjordania y la Franja de Gaza) permanecieron in-situ mientras otros 160.000 árabes permanecían o regresaban a Israel. Esto a su vez, sitúa el número de refugiados de 540.000 a 590.000. De igual manera, de acuerdo a una extrapolación del Village Statistics 1945, la población no-judía del área que se convertiría en territorio israelí al final de la guerra ascendió en abril, 1948 a aproximadamente 696.000-726.800. Deducir la población árabe de la posguerra de 160.000 personas en Israel de esta cifra dejaría la cantidad de 536.000 a 566.800 refugiados más allá de las fronteras de Israel.
De hecho, el informe provisional de la Misión del Estudio Económico de las Naciones Unidas para el Medio Oriente del 16 de noviembre, 1949, que sirvió de base para la creación de la UNRWA tres semanas más tarde, recomendó que el número de raciones emitidas por la UNRPR “debería ser reducida de la tasa actual de 940.000 a 652.000. “Sin embargo, si bien reconoce la imposibilidad de excluir a personas y grupos fraudulentos de sus listas de refugiados, en parte debido al desbordamiento de árabes indigentes no-palestinos intentando inscribirse en sus servicios, la UNWRA no solo se negó a reducir el número de refugiados por debajo de 800.000, sino que posteriormente elevó esta cifra a un millón. En el primer año de funcionamiento de la agencia, el número de “refugiados” alojados en sus campamentos aumentó en un 20% con “miles de nuevas solicitudes… recibidas cada mes”. Estas incluyeron nuevas llegadas desde Israel, a más de un año luego del final de las hostilidades y “algún movimiento considerable de la población [no-palestina] en la búsqueda de agua, particularmente en Jordania, como resultado de la severa sequía que ha secado los pozos y cisternas”.
De la fugacidad a la permanencia
La UNWRA fue establecida sobre un mandato muy preciso, altamente limitado y a corto plazo:
(a) Llevar a cabo, en colaboración con los gobiernos locales, los programas de ayuda y obras directas recomendadas por la Misión de Estudios Económicos;
(b) Consultar con los gobiernos interesados del Cercano Oriente acerca de las medidas que deberán tomar en preparación para cuando la asistencia internacional a los proyectos de ayuda y obras ya no se encuentre disponible.
La Comisión de Conciliación para Palestina creó en agosto de 1949 la Misión de Estudios Económicos, cuyas recomendaciones estableció la UNWRA, para “examinar las condiciones económicas en el Cercano Oriente y formular recomendaciones de acción con el propósito de enfrentar la perturbación causada por las recientes hostilidades “acorde con la Resolución 194 de diciembre, 1948. Habiendo encontrado las dos opciones sugeridas por la resolución-repatriación de aquellos refugiados “que desean regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos” y el “reasentamiento y rehabilitación económica y social de los refugiados” en los estados árabes, de ser poco prácticas en un futuro inmediato, la misión propuso una integración gradual de los refugiados en los países anfitriones al pasar de la ayuda directa a las obras públicas. Este argumentó: “En lugar de permanecer siendo objetos de caridad, a los refugiados inactivos debe dársele la oportunidad de trabajar donde se encuentran ahora”. Este razonó de que tal labor aumentaría la capacidad productiva de los países en los que han encontrado refugio… detendrá el proceso desmoralizador del empobrecimiento, el resultado de un subsidio prolongado… [y] aumentará las alternativas prácticas disponibles para los refugiados y por ende, alentará una visión más realista del tipo de futuro que desean y del tipo que estos puedan lograr.
Específicamente, la misión recomendó eliminar las raciones gratuitas suministradas a los refugiados a finales de los años 1950, momento en el que la nueva agencia de ayuda (es decir, la UNRWA) negoció con los gobiernos árabes su toma de control “lo antes posible, y a más tardar el 31 de diciembre, 1950 la responsabilidad del mantenimiento de tales refugiados que puedan permanecer en sus territorios”. En otras palabras, unos meses después de su creación, la UNWRA debería haber transferido la responsabilidad de sus operaciones a los países que los acogieron y el haber sido disuelto posteriormente con la finalización del apoyo de la ONU al programa de obras el 30 de junio, 1951. En otras palabras, unos meses después de su creación, la UNRWA debería haber entregado la responsabilidad de sus operaciones a los países anfitriones y luego ser disuelta con la finalización del apoyo de la ONU al programa de obras el 30 de junio, 1951.
Nada de eso ocurrió. En su primer informe a la Asamblea General en octubre, 1950 cinco meses después de su apertura, el director de la UNRWA mencionó una menor reducción en la distribución de raciones y menores tasas de empleo de lo previsto por la Misión de Estudios Económicos, con solo 17.500 refugiados trabajando en los nuevos proyectos. El director le atribuyó este bajo rendimiento al ya esperado inicio de operaciones de la UNRWA; a las insatisfactorias condiciones económicas en ciertas áreas; y a la dificultad de “vender” el programa de obras a los gobiernos árabes y a los refugiados. Al culpar a las Naciones Unidas y a Occidente por su difícil situación, los refugiados mostraron si fue alguna, “poca, gratitud por los esfuerzos del Organismo en mantener o mejorar [su] condición” exigiendo a cambio “mayores servicios médicos y educativos y mejores raciones tanto en cantidad como en calidad”.
Sin embargo, en lugar de tratar de disipar esta equivocada sensación de titularidad victimizada y dirigir a los refugiados hacia su rehabilitación según lo estipulado en su mandato, la UNWRA comenzó a avanzar en dirección opuesta. Si bien elogia su obligación de ayudar a “los países del Cercano Oriente a asumir la responsabilidad de administrar el programa de refugiados”, este propuso la continuación de la ayuda directa más allá del año 1950 (presupuestando sus operaciones hasta julio de 1952) y la transformación efectiva del programa de obras en una operación de ayuda “específicamente dirigida hacia la mejora de las condiciones de vida de los refugiados, actuales y futuros”. En 1956, su misión original de reintegración había sido prácticamente abandonada.
No menos importante es que el informe del director absolvió a los estados árabes (y en menor grado a los líderes palestinos) de responsabilidad a la reintegración de los refugiados según lo estipulado por el mandato de la UNRWA. Si bien la Misión de Estudios Económicos buscó fortalecer las capacidades de gobierno y administrativas de los estados árabes al facultarlos para ejecutar los programas de obras “en la mayor medida posible”, con la comunidad internacional reducida a funciones de asesoramiento y supervisión, el director declaró que este esfuerzo “está más allá de la capacidad actual de los gobiernos del Cercano Oriente. “En cambio, este insistió en que “la magnitud y el peligro inherentes al problema de los refugiados en el Cercano Oriente necesita del entendimiento y el apoyo de las naciones del mundo”, esto en un momento en que millones de refugiados en otros lugares no recibieron ningún tipo de apoyo internacional en lo absoluto.
Lo que hace que este abandono instantáneo del deber sea particularmente mortificante es que la UNRWA poseía un excelente ejemplo de cómo llevar a cabo su misión. Los 48.000 desplazados en Israel, 17.000 judíos y 31.000 árabes, que inicialmente cayeron bajo su jurisdicción fueron absorbidos por las estructuras socio-económicas de Israel como ciudadanos con plenos derechos en muy pocos meses, en marcado contraste con sus contrapartes palestinas, cuya condición de refugiado se ha perpetuado a través de generaciones. En sus conversaciones con la UNWRA, los israelíes rechazaron por completo la idea de la distribución internacional de ayuda, considerando que era responsabilidad del estado atender a los desplazados, especialmente los ancianos y enfermos entre ellos, a través de su maquinaria rutinaria de asistencia social, lo cual era precisamente lo previsto por el propio mandato de la UNWRA.
Es cierto que el alcance del problema de los refugiados de Israel era numéricamente mucho menor que su contraparte palestina, pero aun así su carga relativa era tres veces más pesada: los 48.000 desplazados constituían el 6% de la población total de Israel, mientras que los 600.000 refugiados palestinos representaban apenas el 2% de la población de los estados árabes. Y esta cifra no incluye a los cientos de miles de refugiados judíos expulsados de los estados árabes durante y después de la guerra de 1948-49, cuyas cifras superaron a la población total de Israel, quienes también fueron absorbidos por el estado judío.
Conclusión
A finales de 1949, el Comité de Servicio de Amigos Estadounidenses, que asumió la mayor parte de la asistencia a los refugiados palestinos en Gaza, informó a la ONU de su intención de poner fin a sus operaciones lo antes posible:
Es obvio que el alivio directo prolongado contribuye a la degeneración moral de los refugiados y que también puede, por sus efectos paliativos, militar en contra de un rápido arreglo político del problema.
La misma lógica informó la creación de la UNRWA, solo para ser descartada por su liderazgo en cuestión de meses. En lugar de “iniciar [a los refugiados] en el camino hacia la rehabilitación y poner fin a su inactividad impuesta y al efecto desmoralizador de un subsidio”, tal como lo indicó la Misión de Estudios Económicos, la agencia no solo mantuvo su condición de miseria sino que aseguró su perpetuación durante décadas.
Es cierto que la culpabilidad por este lúgubre estado de cosas no es solo de la UNRWA. Con la excepción parcial de Jordania, que integró a los que escaparon en el 1948-49 como ciudadanos plenos (lo cual debió haber terminado con su condición de refugiados), los gobiernos árabes mantuvieron a los refugiados en campamentos miserables durante décadas como la forma de obtener ayuda financiera internacional, humillando a Israel ante Occidente y despertando sentimientos pan-árabes.
Tampoco los refugiados estaban muy ansiosos de sustituir un empleo remunerado por la asistencia social. En vista de que los Estados Unidos son “enteramente responsables de sus desgracias pasadas y presentes”, estos consideraron sus programas de ayuda como su derecho natural deseando no perder sus considerables beneficios. En palabras del director de la UNRWA:
Probablemente sea cierto decir que los refugiados están físicamente mejor que los niveles más pobres de la población de los países que les acogen; y en algunos casos mucho mejor, en ruta hacia los servicios sociales, de lo que estuvieron en Palestina.
Sin embargo, es precisamente esta equivocada sensación de titularidad victimizada y ausencia total de autocrítica que han convertido a generaciones de “refugiados” palestinos en beneficiarios pasivos del bienestar en lugar de agentes libres productivos y emprendedores, permitiéndole de esta manera a los líderes palestinos y a los regímenes árabes manipular su causa durante décadas. Esto a su vez significa que ni la UNRWA, ni la Autoridad Palestina, ni los estados árabes, ni siquiera los propios “refugiados” pueden iniciar un cambio verdadero en este estado de cosas, que ha beneficiado durante mucho tiempo sus intereses egoístas de una manera u otra.
Por lo tanto, uno solo puede abrigar esperanzas de que cuando la UNRWA se acerque a su septuagésimo aniversario, los principales donantes de la agencia, primero y ante todo los Estados Unidos y la Unión Europea, que financian casi la mitad de su presupuesto, hallarán la valentía e integridad necesarias para reconocen la urgencia de una reforma profunda y condicionen futuras contribuciones sobre el hacer reversar a la UNRWA a su mandato original: es decir, su transferencia gradual de responsabilidad por los “refugiados” palestinos a la Autoridad Palestina y a los gobiernos árabes que les acogerán, poniendo así fin a su eterna “condición de refugiado” y facilitar su integración en sus respectivas sociedades como ciudadanos igualitarios y productivos. Esto será 70 años más tarde de lo concebido originalmente, pero es mucho mejor tarde que nunca.
Efraim Karsh es editor de la revista trimestral Middle East Quarterly, profesor emérito de estudios del Medio Oriente y del Mediterráneo en el Instituto Universitario King’s College en Londres y director del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat en la Universidad Bar-Ilan.
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