RESUMEN: Si bien la presidencia de Donald Trump ha forzado claridad en los Estados Unidos en muchos temas sobre política interna y externa, el estatus de Israel dentro de la política y cultura estadounidense revela diferentes visiones de los mismos Estados Unidos. Uno, a falta de un mejor término, es tradicionalmente norteamericano. El otro es decididamente “progresista”. Pero según ambos, Israel es una entidad mítica y prodigiosa.
Foto – Tamika Mallory y Linda Sarsour, fotografía de Stephen Melkisethian vía Flickr CC
A nivel superficial, la división estadounidense respecto al estatus de Israel en la política de los Estados Unidos tiene que ver con el papel de los judíos como una minoría. Según un punto de vista, los judíos son vistos cada vez más como blancos, ricos y por ende, intrínsecamente racistas, con conexiones indefendibles con un Israel siendo este puesto de avanzada colonial del Occidente imperial. Es, tal como lo dijo Michelle Alexander en el diario El Times de Nueva York, “uno de los grandes desafíos morales de nuestro tiempo”.
Las implicaciones políticas son muy marcadas. Por lo tanto, en opinión de Linda Sarsour, organizadora de la Marcha de la Mujer, “En un tema como el de Palestina, uno tiene que elegir el bando de los oprimidos… y si estás en el bando opresor, o defiendes al opresor y en realidad tratamos de humanizar al opresor, entonces eso se presenta como un problema, hermanas y hermanos y necesitamos poder decir “Esa no es la postura de la comunidad musulmana-estadounidense”.
Según el otro punto de vista, los judíos estadounidenses son un modelo al que podemos denominar como una minoría, son educados, comprometidos socialmente, filántropos, idealistas y conectados a los hermanos en una patria ancestral que está siendo excepcionalmente amenazada, una que es fuente de la Biblia. Tal como lo expresó el Senador Ted Cruz, “La Tierra de Israel fue el lugar de nacimiento del pueblo judío… Aquí se formó su identidad espiritual, religiosa y política. Aquí fue que llegaron por primera vez a la condición de Estado, crearon valores culturales de importancia nacional y universal y le dieron al mundo el eterno Libro de los Libros”.
Esto no está muy lejos del sentimiento de John Adam, expresado en el año 1808, de que los judíos “son la nación más gloriosa que ha habitado esta Tierra. Los romanos y su Imperio no fueron más que un adorno en comparación con los judíos. Estos le han dado la religión a tres cuartas partes del planeta y han influido en los asuntos de la humanidad mucho más y más alegremente, que cualquier otra nación antigua o moderna”.
Israel continua siendo visto en Norteamérica como un agente del bien y el mal. Por una parte está la idea de que la nación es un concepto étnicamente puro hegemónicamente “indefendible” y diseñado para dividir y dominar. El nacionalismo es una noción racista que frustra a la justicia retributiva, a sus defensores racistas que se esconden detrás de muros. De esta manera, el villano es claro. Tal como dijo la cineasta Rebecca Pierce, “el muro racista de Trump, la política de dispararle a los que son acusados de lanzar rocas y el traslado de la embajada a Jerusalén están inspirados en el régimen racista de Israel”.
En contraste, la idea es que las naciones son algo bueno y necesitan ser defendidas, a veces por muros – tales como la zona límite de Israel con Cisjordania. “Israel construyó un muro, 99.9% exitoso”, dijo el Presidente Trump, cuando anunció la reapertura del gobierno, aunque sin los fondos para construir su muro. El hecho de que el muro de Israel sea en su mayor parte una valla es confirmación irónica a la metáfora del “muro”, aunque este fue construido para mantener alejados a los terroristas suicidas.
Lamentablemente, el nacionalismo cívico de Estados Unidos rara vez es defendido o articulado, incluso por sus defensores, contra un rechazo tan selectivo y cínico a la idea misma de la nación como la expresada por la coorganizadora de la Marcha de las Mujeres Tamika Mallory, en su respuesta a la pregunta de si los judíos son “oriundos” de su tierra y si Israel “tiene derecho a existir”. “Simplemente no siento que todos tengan el derecho de existir a disposición de otro grupo”, dijo ella. Dejando de lado el lapsus linguae, mientras que “ningún ser humano es considerado ilegal”, los judíos seguramente deben permanecer siendo apátridas.
Ante esta visión nos topamos con una nación como entidad limitada y gobernada, unida por la historia y por un credo de libertad individual junto a la libertad religiosa, que expresa ideales sobre una república, una ciudadanía y su autodefensa. Tal como le dijo Thomas Jefferson a un corresponsal judío en 1820, “La reflexión más gratificante de que su propio país ha sido el primero en demostrarle al mundo dos verdades, la más saludable para la sociedad humana, de que el hombre puede auto-gobernarse y que la libertad religiosa es el tranquilizante más efectivo contra la discordia religiosa: la frase máxima del gobierno civil es invertida específicamente en religión donde su verdadera forma de expresarlo es ‘divididos estamos, unidos perdemos'”.
El Israel de épocas pasadas es un punto de referencia a ser separado o adherido. El Israel moderno es la quimera a la que se le sesgará la vida o el aliado mítico a ser apoyado. Una sola visión es discontinua y rompe con el pasado a fin de controlar el futuro. Los otros vínculos al pasado con el propósito de ser moldeados y restringidos por ello.
El antisemitismo, al igual que siempre, es una prueba Rathachach de anatemas contemporáneos. Con demasiada frecuencia, los judíos que se protegen a sí mismos y a sus hermanos en Israel son condenados como impedimento hacia el progreso. Partiendo desde esta mentalidad, compartida igualmente por los islamistas y la extrema izquierda, fluyen las acusaciones más recientes: una supuesta y perenne conspiración para “silenciar” la oposición a Israel; que el propio Martin Luther King Jr. hubiese condenado a Israel como “uno de los grandes desafíos morales de nuestro tiempo” y hubiese apoyado boicots; o que algún “café sionista-transformado para mejor” dirigido por un individuo que publicó comentarios tales como “Estoy muy orgulloso de Israel y su pueblo” debería destrozárseles las ventanas junto a protestas con consignas tales como “sionistas fuera de Palestina y sionistas aléjense de la Misión!”
El mito posmoderno coloca al Israel moderno en el centro absoluto de todos los problemas esparciendo “opresión femenina” desde las premisas universitarias estadounidenses hasta políticas mucho más amplias alcanzando todo desde los pensum de estudio K-12 y las reuniones del consejo citadino. Pero la idea de que Israel, idealizado, incomprendido y moderno, se encuentra cercano al núcleo de la experiencia estadounidense es ineludible. Quizás una mejor comprensión sobre Israel, tanto antigua como moderna, sea para ayudar a los estadounidenses a elegir una concepción que se asemeje más a su propia nación.
Alex Joffe es arqueólogo e historiador, miembro destacado no-residente del Centro BESA y miembro de Shillman-Ingerman en el Foro del Medio Oriente. Asaf Romirowsky es director ejecutivo de Scholars for Peace en el Medio Oriente (SPMO) y miembro destacado no-residente del Centro BESA y miembro del Foro del Medio Oriente.