Así como Israel es un estado judío de casi 9 millones de ciudadanos, donde alrededor de 2 millones de no-judíos viven en paz y seguridad, no hay razón por la cual un estado árabe palestino no pueda albergar a una minoría judía que viva en paz y seguridad con la mayoría árabe.
Es una ironía histórica que lo que fue reconocido internacionalmente como un derecho judía indiscutible hace casi un siglo se ha convertido en una de las principales calumnias a este mismo derecho.
En 1922, la Liga de Naciones, predecesora de la ONU, aprobó la Declaración Balfour de 1917 en lo referente a la creación de un hogar nacional judío en Palestina y encargó a Gran Bretaña que fuese el facilitador de dicho objetivo. Se daba por sentado que las áreas bíblicas de Judea y Samaria, la base de la condición de estado judío desde tiempos inmemoriales, serían parte de ese posible hogar nacional (o, más bien, del estado). De hecho, el mandato otorgado a Gran Bretaña incluía el vasto territorio al este del Río Jordán, o Transjordania, como se lo conocía para ese momento (ahora se le denomina el Reino Hachemita de Jordania).
Esto no fue así. El Emir de Transjordania convertido en Rey Abdulá I conquistó estos territorios durante su ataque en 1948 contra el naciente estado de Israel y los convirtió en la Cisjordania (de su reino) dos años más tarde, solo para que su futuro se convirtiera en un tema internacionalmente disputado luego que Israel capturara el lugar durante la guerra de junio de 1967. Con el paso del tiempo y violando la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de noviembre, 1967, que estableció el principio de territorio por paz y previó la retención por Israel de algunos de los territorios capturados en la guerra, la percepción de Cisjordania como “territorio palestino ocupado” se ha convertido en un axioma ampliamente aceptado, con comunidades israelíes establecidas en esta área (o asentamientos tal como se les conoce comúnmente) ridiculizados como una flagrante violación de los tratados internacionales legales.
Dada la invulnerabilidad del apego ancestral judío a estos territorios y su vitalidad por las necesidades en el área de seguridad para Israel, Jerusalén necesita urgentemente de un nuevo argumento para contrarrestar el paradigma dominante de hoy día, según el cual las comunidades judías de Cisjordania son precursoras de un estado binacional, algo que los judíos israelíes no aceptaran, o un gobierno judío parcializado en Cisjordania, que los palestinos, la comunidad internacional y muchos israelíes no pueden por ende aceptar. Para lograr esto, debe idearse una tercera opción atractiva tanto para Israel como para la comunidad internacional, que defienda las comunidades judías en Cisjordania como el núcleo de un estado palestino tolerante y pluralista.
Israel es un estado judío de casi 9 millones de ciudadanos, 2 millones de los cuales no son judíos y viven en paz y seguridad con sus vecinos judíos. No existe ninguna razón por la cual un estado árabe palestino no deba albergar a una minoría judía importante. Es cierto que actualmente las perspectivas de que una minoría judía viva en paz y seguridad en una Palestina independiente son prácticamente nulas. Sin embargo, es precisamente el gran abismo entre la lamentable situación en el presente y el resultado deseable que será buscado en el futuro que Israel debe aprovechar en plenitud para promover sus intereses.
Si las comunidades judías en Cisjordania son internacionalmente reconocidas como núcleos de una Palestina democrática y tolerante, estas ya no tendrán que construirse sigilosamente, tal como ocurre hoy día. Si Israel defendiera que estas comunidades son esenciales para que cualquier futuro estado palestino sea tan tolerante y pluralista como lo es Israel, Mahmoud Abbas eventualmente tendrá que renunciar a sus planes de limpiar Cisjordania de judíos. Una vez que esto ocurra, Israel pudiera presionar más eficazmente a los líderes palestinos para así demostrar su seriedad y compromiso con la paz, enseñando coexistencia en las escuelas palestinas y derogando todas las leyes palestinas que imponen la pena de muerte a los palestinos que venden sus tierras a los judíos.
Estas demandas son tan justas y progresistas que ni siquiera los socialdemócratas europeos críticos de Israel estarían en condiciones de criticarlos. Y una vez que la Autoridad Palestina los acepte, estas reformas finalmente pudieran desencadenar un proceso que eventualmente lograra conducir a la creación de un estado palestino tolerante y pluralista.
Es comprensible que muchos israelíes argumenten que se trata de una quimera y que bajo ninguna circunstancia debe surgir un estado palestino independiente en Cisjordania. Sin embargo, estos deben presentar un caso creíble para así construir más comunidades judías en Judea y Samaria que no sean vulnerables a la acusación de promover un estado binacional o de apartheid. Hasta el momento, ninguno de los campeones de una sólida presencia judía en esta área ha presentado una visión o un plan que justifique los derechos residenciales judíos en nombre de los valores iluminados y democráticos que Israel continuamente respalda.
Sin una causa por los derechos residenciales judíos en Judea y Samaria que estén basados en valores con los que la opinión pública occidental pueda identificarse, la presencia judía en el área será vulnerable a la constante crítica y condena internacional. Por lo tanto, Israel debe defender firmemente esta presencia judía en nombre de la paz y la coexistencia entre judíos y palestinos y luego dejar que la Autoridad Palestina actúe sobre ello.
Mientras el liderazgo palestino rechace abiertamente los valores democráticos, Israel estará en una posición mucho más fuerte para poder rechazar el establecimiento de un estado palestino Judenrein (judío excluyente). La razón de esto es simple: Israel pasaría de argumentar que las comunidades judías en Cisjordania no son un obstáculo para la paz, a defender dichas comunidades como catalizadores para una verdadera paz y coexistencia. Como tal, la empresa de asentamientos evolucionará de ser una responsabilidad seria a un arma valiosa para la diplomacia internacional israelí.
Rafael Castro es analista político educado en la Universidad Hebrea y en Yale radicado en Berlín. Rafael puede ser contactado en la siguiente dirección de correo electrónico rafaelcastro78@gmail.com.
El Profesor Efraim Karsh es Director del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat, Profesor Emérito de Estudios del Medio Oriente y del Mediterráneo en el Instituto Universitario King’s College en Londres y editor de la publicación trimestral The Middle East Quarterly.