Una y otra vez, la relación entre la Unión Europea e Israel se ha visto empañada por un lenguaje equívoco, posterior remordimiento en diversos grados junto a una tibia tranquilidad. El desconcierto, la molestia y decepción en ambas direcciones han caracterizado la relación durante muchos años provocando profundas divisiones estructurales en la Unión Europea.
Uno debe juzgar el éxito de la Política de Seguridad Exterior Común (PSEC) de la Unión Europea por el impacto que este ha tenido, las posturas adoptadas al respecto por los estados miembros de la Unión y la tracción que ha adquirido entre los habitantes de dichos estados.
Un considerable 45% de los israelíes piensa que la Unión Europea es un enemigo frente al 27% que la ve como amigo y la mayoría cree que Estados Unidos debería seguir siendo el principal interlocutor de Israel. Los israelíes siguen percibiendo a la Unión Europea como un mediador partidista en el proceso de paz en el Medio Oriente. El Consejo de la Asociación Unión Europea-Israel, que debía reunirse anualmente, no se ha reunido desde el año 2012. Tal situación es a pesar de las sólidas relaciones bilaterales culturales, científicas y económicas que estos comparten.
Casi todos los años la Unión Europea no logra reunir a los Consejos de Asociación con Jordania el Líbano y Egipto, describe repetidamente a Israel de socio estratégico y simultáneamente le aplica leyes a Israel totalmente diferentes al entendimiento aplicado a otros países. Un ejemplo de ese doble discurso hipócrita es la política de la Unión Europea de etiquetar los productos fabricados en las comunidades judías de Cisjordania.
En el caso del conflicto palestino-israelí, el enfoque de “recompensa y castigo” no ha logrado producir los resultados deseados, dejando de lado el hecho de que la Unión Europea no se ha comprometido a aplicarlo.
Si la Unión Europea continúa vinculando mejoras en las relaciones bilaterales con Israel en su cumplimiento a las demandas de la Unión Europea respecto al conflicto palestino-israelí, su política exterior terminará en un callejón sin salida. Y no solo eso: la Unión Europea puede que resulte un total fracaso y pierda su estatus de actor relevante en la región.
La Unión Europea en la región del Medio Oriente: Desaparecido en combate
En lo que respecta al Medio Oriente, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sigue paralizado por el poder de veto de sus miembros, ya que cada uno posee sus propios intereses distintivos en los conflictos de la región. Yemen es un ejemplo claro en la falta de relevancia de las organizaciones internacionales para resolver las diferentes crisis en la región.
La Unión Europea debe responder al rápido deterioro en el entorno de seguridad de la región, ya que su agenda transformadora no ha logrado producir resultados alentadores. El intento de aplicar su así llamado “círculo de amigos”, al servicio de una planificación social centralizada fue un total fracaso. Ha llegado el momento de incorporar los principios prácticos de la realpolitik a la política exterior de la Unión Europea hacia la región.
El Medio Oriente ha cambiado drásticamente durante la última década, pero la estrategia de la Unión Europea hacia este no ha cambiado desde el año 2004. Fue entonces cuando la Unión propuso por primera vez la “Asociación estratégica de la Unión Europea con el Mediterráneo y el Medio Oriente”. La postura de la Unión Europea hacia el Mediterráneo en el año 2008 no pasó a formar parte de la dimensión estratégica de su política exterior hacia la región en general, una política que de por sí ha perdido fuerza.
La Unión Europea siempre ha preferido una cooperación funcional en lugar de lidiar con los temas vitales para la supervivencia misma del estado. Este ha tratado de aplicar dicha mentalidad a sus vecinos del sur y del este, pero solo ha logrado demostrar su propia ineficacia.
En su documento Estrategia de Seguridad Europea del año 2003, la Unión Europea evaluó erróneamente el conflicto árabe-israelí como el obstáculo más importante en el camino al progreso en el Medio Oriente. En condicionar su política exterior hacia Israel al cumplimiento de este a los dictámenes de la Unión Europea, la Unión marcó posibles vías hacia una convergencia estratégica. Lo hizo a pesar de que la Unión Europea depende en gran parte de las tecnologías de inteligencia y de guerra de última generación creadas en Israel.
La multitud de instrumentos, políticas y estructuras creadas por la Unión Europea para su Sociedad Euro-mediterránea (la cual inicio actividades en el año 1995), también llamado el Proceso de Barcelona, así como también su Política Europea de Vecindad global (iniciada en el año 2004), presagian el avance del multilateralismo en una región devastada por los conflictos. Estas iniciativas tenían como destino garantizar una región mucho más estable y próspera, pero estas no han dado la talla y defraudaron.
Actualmente la Unión Europea considera que la región está dominada por la inestabilidad, falta de seguridad y el atraso social y económico. ¿Cómo espera este ser parte integral importante en la región cuando su impacto en Libia, Yemen e Irak ha sido prácticamente nulo?
La Unión Europea está a la deriva en el Medio Oriente y puede que quede desempleada
El “Acuerdo del Siglo” del Presidente Donald Trump, que demostró que la actual administración estadounidense apoya incondicionalmente a Israel y parece haber puesto a los estados europeos en una confrontación entre sí mismos. La Unión Europea no pudo emitir una declaración unánime al respecto, a pesar del inequívoco y duradero apoyo de la Unión a la solución de dos estados, aparte de decir que “estudiaría” la propuesta. Hungría bloqueó cualquier punto concluyente. Francia, Polonia y Austria “le dieron la bienvenida” al plan estadounidense y Gran Bretaña dijo que lo considera una “propuesta muy seria”.
Esa no fue la primera vez que la Unión Europea se fracturó en su respuesta a una medida tomada por los estadounidenses en el Medio Oriente. En mayo del 2018, cuando Estados Unidos trasladó su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, Hungría, la República Checa y Rumanía bloquearon una declaración de condena del Consejo de Asuntos Exteriores de la Unión Europea. También en otros foros, tales como la Asamblea General de las Naciones Unidas, unos cuantos estados miembros de la Unión Europea entre estos Croacia, la República Checa, Hungría, Letonia, Polonia y Rumania se abstuvieron en una resolución para proteger el estatus legal especial de Jerusalén.
Sus respuestas fueron silenciadas por lo inconsistente de la Unión Europea y la falta general de interés en las relaciones internacionales en el Medio Oriente. Aparte de Francia, Alemania y Gran Bretaña, el resto de los estados miembros de la Unión Europea carecen tanto de la capacidad como de la voluntad política para participar en formatos multilaterales en la región.
La Unión Europea hace alarde de ser uno de los mayores donantes en beneficio de la Autoridad Palestina y mantiene estrechas relaciones económicas y científicas con Israel, con el que también comparte una herencia religiosa y cultural. En vista de estos hechos, uno se hubiese esperado que la Unión Europea estuviese muy interesada e hiciera lo que pudiera para obtener mayor influencia con la cual influir sobre el estado de cosas entre Israel y los palestinos. Sin embargo, la Unión Europea ha sido en gran parte irrelevante respecto a casi todos los elementos en su agenda palestina-israelí: el control israelí de una Jerusalén indivisible, la retención de comunidades israelíes en Cisjordania, la consideración por parte de Israel de que pudiera extender su soberanía para incluir partes del Área C y la consiguiente inclusión del Valle del Jordán a Israel.
La Unión Europea tampoco ha hecho nada respecto a las innumerables violaciones a los Acuerdos de Oslo por los palestinas, a los que han estado legalmente vinculados desde el año de 1993: desde los continuos actos de terrorismo, hasta el rechazo al derecho de Israel de existir, a la incitación anti-israelí y antisemita en los medios de comunicación oficiales y en el sistema educativo, hasta alejarse de la mesa de negociaciones hace ya una década, a la construcción ilegal de asentamientos en el Área C (la cual fue colocada bajo control exclusivo de Israel por los Acuerdos de Oslo); de hecho, la Unión Europea ha ayudado incluso a los palestinos a burlar el tal último estipulado, ya que lo ha hecho apoyando a las ONG palestinas implicadas en incitar contra Israel e incluso incitar al terrorismo.
La lógica lineal que la Unión Europea ha proyectado a través de la Política Europea de Vecindad (PEV) y sus diferentes instrumentos ha generado falsas expectativas en que, una vez que un país se embarca en un proceso de democratización conducirá directamente a la prosperidad económica, estabilidad y seguridad. La expansión de esta zona de prosperidad apenas ha logrado incluso alcanzar una etapa intermedia.
Todavía existe una gran brecha entre la Unión Europea y el mundo árabe en donde el primero continúa la tradición europea de patrocinar al segundo. El mundo árabe está envuelto en luchas de poder en las que los diversos actores combaten entre sí por los beneficios que la Unión Europea pueda ofrecer. La aplicación de los “estándares de civilización” occidentales a la región debe ajustarse no solo a la jerarquía mundial sino también a las políticas regionales de poder, que están tan fragmentadas que hacen que la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la Unión Europea sea en gran medida imposible de llevar a cabo.
Cualquiera que sea la validez de los “valores universales” que la Unión Europea desee promover, las normativas y costumbres se construyen, de-construyen, impugnan y defienden constantemente en los diferentes contextos históricos y culturales.
Los legados poscoloniales que le hubiesen dado el derecho a la Unión Europea de desempeñar un papel civilizacional paternalista en el Medio Oriente ya expiraron. El advenimiento del continente asiático como potencia económica mundial hizo que algunos países de la región cambiaran gradualmente su dependencia de Europa a Asia. En un momento en que se reversaron los roles, la política exterior y de seguridad de la Unión Europea dependerá de la dinámica intrarregional en el Medio Oriente. La crisis de los refugiados y la radicalización del Islam son solo el comienzo de ello.
La “comisión geopolítica” sube a la tarima
A medida que se intensifique la competencia entre las grandes potencias en la región, el recurso al multilateralismo como medio de política exterior disminuirá drásticamente. Por tanto, la Unión Europea no tiene más remedio que reconocer que las relaciones internacionales están cada vez más dominadas por la confrontación y como consecuencia de ello debe ajustar su política exterior y de seguridad.
El ex-presidente del Consejo Europeo Donald Tusk, fue lo suficientemente directo en febrero del 2019 en subrayar que la Unión Europea está entrando en una competencia geopolítica en el Medio Oriente. Si bien este elogió el fortalecimiento de la cooperación, no dijo ni una sola palabra sobre el tema de los derechos humanos.
Si bien la Estrategia Global de la Unión Europea (EGUE) ha sido en gran medida rechazada, esta merece una segunda lectura. Aunque el lenguaje es aburrido, una lectura entre líneas revela claros signos de que la Unión Europea está pasando la página en su política exterior hacia sus vecinos del este y del sur.
La Unión Europea puso en marcha la EGUE definiendo claramente un marco de cooperación con aquellos vecinos y en particular, con los “estados represivos” que pudieran no compartir las normativas de la Unión Europea. Para ellos, la Unión Europea lo que desea son “políticas hechas a la medida” que no estén orientadas a las condiciones de derechos humanos, sino que perdurarán en la forma de “compromisos a largo plazo”.
La EGUE establece una hoja de ruta para las decisiones estratégicas que tomará la Unión Europea a mediano y a largo plazo. Por lo tanto, estas deben tenerse en cuenta al intentar hacerse una idea de la política exterior a largo plazo de la Unión Europea.
Desde el comienzo, el nuevo liderazgo de la Comisión de la Unión Europea ha visto favorablemente la creación de una “comisión geopolítica”.
Geopolítica significa reorientar la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la Unión Europea desde un impulso normativo casi exclusivo que favorezcan las leyes del derecho internacional como brújula hacia una interpretación y aplicación más contextualizada de los asuntos externos de la Unión Europea, que destacan en su intención de incrementar sus influencias de poder.
La geopolítica se traducirá en disposición de trabajar incluso con regímenes totalitarios a fin de mantener una presencia en la tensa competencia de poder en la región. Esto equivale a un modus operandi de “pragmatismo de principios”.
La comisión geopolítica se refiere a que la Unión Europea no solo aprenderá a “hablar el idioma de la fuerza”, sino que proyectará sus puntos de vista a largo plazo en una región que estratégicamente de otra manera perdería. De lo contrario, corre el riesgo de desestabilizar todo el sistema de relaciones internacionales en la región, que tarde o temprano se extenderá hacia Europa con graves consecuencias a largo plazo.
Por lo tanto, mientras otras “revoluciones ya experimentadas” puedan seguir siendo la referencia posmoderna de la unión de intereses humanos egoístas con valores de civilización, la Unión Europea necesita adoptar formalmente estabilidad en la región.
Israel: el “socio estratégico” de la Unión Europea sin asociación estratégica alguna
Tradicionalmente, la Unión Europea ha actuado sobre dos dimensiones principales en su política de comercio exterior y ayuda tanto en formato bilateral como multilateral.
Por tanto, para estar a la altura de las expectativas y convertirse en actor político relevante capaz de involucrarse en la geopolítica, la Unión Europea parece estar reconociendo el resurgimiento de las políticas de poder con el fin de reordenar las relaciones internacionales.
La Unión Europea ha firmado diez asociaciones estratégicas con una variedad de países, incluyendo Canadá, Corea del Sur, Japón, China, India, Brasil y recientemente Rusia. Australia, Turquía e Indonesia están esperando su turno. Sin embargo, la Unión Europea no posee un conjunto de criterios coherentes y claros que expliquen con quién están estos dispuestos a desarrollar tales asociaciones. Parece ser que los regímenes liberales, anti-liberales e incluso autocráticos califican para la tan privilegiada cooperación internacional.
En el año 2008, durante la evaluación de su Estrategia de Seguridad Europea, el Consejo Europeo pidió más “pensamiento estratégico” en las acciones de la Unión Europea en todo el mundo. La Unión Europea no debería tener dificultades para defender una nueva asociación estratégica. Es parte de su ADN perseguir sus intereses y no solo sus normativas y valores.
La Unión Europea e Israel comparten varios intereses fundamentales y duraderos y mantienen una sólida cooperación funcional. La Unión Europea ha manejado muy bien algunas maniobras tácticas, es decir, de una manera que satisfacen las leyes del derecho internacional, a pesar del hecho que apacigua a los palestinos. Pero pierde oportunidades a través de una profunda convergencia estratégica con Israel.
Si la Unión Europea ha de perseguir un “multilateralismo eficaz”, necesitará de un sistema fiable y un socio capaz. Israel es, como mucho, el candidato más fuerte a ello.
Una asociación estratégica con Israel no significa volverse en contra de otras potencias regionales.
Algunos puede que afirmen que la búsqueda de una asociación estratégica con Israel pudiera debilitar el enfoque regional de la Unión Europea y reducir las oportunidades de promover su agenda de integración regional. Este argumento es teóricamente erróneo, ya que no tiene en cuenta las evidencias de la dinámica regional actual. También juzga mal la capacidad de los países de la región para seguir cursos de acción en las relaciones internacionales que tienen poco o nada en común con el modus operandi de la Unión Europea y pudieran incluso ignorar por completo la política de la Unión Europea en la región.
La Unión Europea quedó al margen del conflicto en Siria y con Irán. Para ambos expedientes en el área de las relaciones internacionales, los cuales pierden fuerza, la Unión Europea necesita a Israel si desea planificar a futuro.
Sobre el tema de cuán realista es que la Unión Europea mejorará sus relaciones con Israel a una “asociación estratégica”, las probabilidades siguen en aumento a pesar de las difíciles relaciones bilaterales.
Desde la referencia de Catherine Ashton hecha en el año 2010 a las propuestas para alcanzar una “asociación especial privilegiada”, las relaciones Unión Europea-Israel han permanecido estancadas dentro de la misma lógica funcional.
En el año 2016, la Unión Europea se refirió al ofrecimiento a Israel sobre una “asociación especial privilegiada” y señaló la falta de resultados en el proceso de paz. La falta de progreso se debe principalmente a que el gobierno israelí se apartó de discutir seriamente el tema en vista de la insistencia por parte de la Unión Europea de vincular la asociación a los avances en el proceso de paz sin hacer nada para presionar a los palestinos a que regresen a la mesa de negociaciones ni mucho menos hacer las concesiones necesarias para su progreso.
La Unión Europea no ha tenido muy en cuenta los intereses de Israel, que el Estado judío considera existenciales. Por tanto, la Unión Europea e Israel tienen percepciones divergentes sobre la forma en la manera en que debería resolverse el conflicto palestino-israelí. Ellos también han tenido sus encontronazos con el expediente de la Unión Europea sobre el acuerdo en materia nuclear con Irán.
No obstante, ambas bandos son lo suficientemente flexibles para mantener relaciones bilaterales consolidadas de manera gradual y pragmática. Tal situación pudiera convertirse en la base de una asociación estratégica como una nueva institución para regular aún más el bilateralismo como expresión dinámica a su interdependencia. Ello pudiera mantenerse al tanto de las últimas transformaciones en la región con el entendimiento de que la Unión Europea necesita ajustar continuamente su postura hacia socios que son críticos.
Puede que existan obstáculos, pero nosotros apostamos por una “convergencia natural” orgánica, es decir, la Unión Europea e Israel comparten cultura, historia y costumbres religiosas que los convierten en buenos candidatos a esta asociación.
Israel es el único país del Medio Oriente con correspondencias naturales a los valores y misión de la Unión Europea.
Por lo tanto, existen variables estructurales que hacen que sus relaciones bilaterales califiquen por una asociación estratégica. Para ello, es necesario tomar la “convergencia natural” como algo obligatorio. La Unión Europea insiste en todos sus documentos de que todos los socios deben reconocer los valores y normativas de la Unión Europea, lo que Israel si hace.
Las divisiones entre los dos se han producido debido a factores circunstanciales que involucran a terceros y debido a las divergencias entre las prioridades políticas y los objetivos de Israel y la Unión Europea.
Es este manto superior a la toma de decisiones que debe alinearse entre ambas partes y una asociación estratégica pudiera muy bien hacer precisamente eso.
Si bien en el caso de la Unión Europea existe (al menos en teoría) una superposición perfecta entre su razón de ser y su construcción de valores y normativas fundamentales, el interés nacional siempre ha triunfado sobre su sistema de normas y valores cuando una desviación a tal curso resulta en diferencias de opinión que surgen entre los estados miembros cuando el tema es en referencia a Israel.
Por lo tanto, pareciera prevalecer algún tipo de preferencia racional en el caso de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la Unión Europea y menos normativas y valores fundamentados que, al menos en posturas declaratorias, parecen poseer un monopolio sobre el margen de maniobra de la Unión Europea.
La dinámica entre la Unión Europea e Israel a nivel de políticas sectoriales parece demostrar una armonización sustancial en ambos bandos que siempre se ha basado en sus legados históricos, religiosos y culturales. La compatibilidad de sus sistemas de valores no tiene competencia en la región.
Es hora de seguir adelante
La verdadera política exterior de la Unión Europea no ha sido moldeada a través de su sistema de valores, tal como lo demuestra su pragmática cooperación con los regímenes autocráticos en la región del Medio Oriente. Si bien la Unión Europea entiende que no existen soluciones rápidas y necesita comprometerse con otros actores, debe participar en una planificación estratégica si desea definir de manera más precisa y razonable los objetivos, sus logros pasados y hojas de ruta mutuamente responsables para que puedan realizarse ajustes en tiempo real.
La Unión Europea puede que quede aún más marginada en el Medio Oriente a menos que modifique urgentemente sus patrones en política exterior y de seguridad. El adoptar una asociación estratégica con Israel para regular aún más las relaciones bilaterales puede que sea una herramienta valiosa para reanudar la proyección de una influencia europea.
De lo contrario, las potencias globales “lejanas a nuestra región” tomarán la iniciativa.