RESUMEN: Al igual que la mayoría de los momentos en la apasionada relación turco-persa, los incidentes fraternos entre los musulmanes son engañosos. Para los mulá en Teherán, Turquía sigue siendo demasiado occidental, demasiado traicionera y demasiado sunita. Para los neo-otomanos en Ankara, Irán sigue siendo demasiado discreta, demasiado ambiciosa, indigna de confianza y demasiado chiita.
Imagen: El Presidente iraní Hassan Rouhani junto al Presidente turco Recep Tayyip Erdogan en el Palacio de Saadabad, fotografía de Mohammad Hassanzadeh vía Wikimedia Commons
Luego de haber librado varias guerras inconclusas, los turcos otomanos y persas safávidas decidieron en 1639, adoptar un nuevo código de conducta que duraría siglos: una paz fría. Luego de la Revolución Islámica de Irán en 1979, esa paz fría fue puesta a prueba: la institución turca de ese entonces secularmente incondicional temía que los mulá en Teherán pudieran socavar a Turquía exportando su “islamismo perverso” hacia suelo turco.
El enunciado de una paz fría en el siglo XIX dio un giro diferente luego que Turquía se desvió del leal secularismo estatal hacia un islamismo elegido. En teoría, la paz fría debió haber pasado del “frío” a la “paz”. No fue así, porque el islamismo de Turquía era demasiado sunita e Irán era demasiado chiita.
La guerra fría llegó para quedarse, con su regla de oro respetada por ambos Ankara y por Teherán: pretendan respetar a su rival; no se confronten abiertamente unos con otro; y cooperen en contra de enemigos comunes, después de todo, hay muchos de ellos.
El comercio prosperó entre los socios de la paz fría. El Presidente Recep Tayyip Erdogan dijo una vez, durante su época como primer ministro turco, que sentía que Teherán era su segundo hogar. A cambio, el entonces presidente iraní Mahmoud Ahmedinejad elogió a su buen amigo Erdogan “por su clara postura contra el régimen sionista”. El “Paso hacia Persia” iba en perfecto progreso, al menos en teoría.
Cuando, en el verano del 2009, las calles de Teherán estallaron en llamas y miles de iracundos iraníes se alzaron bajo la bandera del Movimiento Verde en contra del corrupto mandato del sharia de Ahmedinejad, el gobierno turco intercambió detalles diplomáticos con Teherán. “No está bien interferir en los asuntos internos de un gran país como Irán”, el entonces presidente Abdullah Gül comentó sobre las protestas iraníes. “La estabilidad de Irán es muy importante para nosotros. Queremos que los problemas de Irán se resuelvan sin perturbar la paz interna”.
Cuatro veranos más tarde, en el 2013, millones de turcos tomaron las calles para enfrentarse a un gobierno que pensaban se movía en una dirección cada vez más “iraní”, es decir, hacia una mezcla desagradable de autocracia e islamismo. A medida que las protestas turcas tomaban fuerza, el gobierno iraní hizo lo mismo que en el 2009 manteniéndose silente. Sorprendentemente, la juventud iraní también fue indiferente a los disturbios turcos, aunque algunos los miraban con entusiasmo y curiosidad.
Durante el pico de las protestas turcas, Erdogan y sus altos funcionarios culparon por los disturbios a un rico menú de culpables, desde la telequinesis a grupos lobby judíos, a sionistas, gobiernos occidentales, medios de comunicación occidentales y las aerolíneas occidentales, todos los cuales aparentemente se habían unido por el único propósito de detener el surgimiento de un nuevo imperio turco.
A finales del 2017, los disturbios volvieron a la calle persa. La regla de oro que sustenta la paz fría Turquía-Irán se mantuvo sin cambios. Ankara expresó su preocupación por las protestas en las ciudades iraníes y luego los cancilleres de los “países hermanos” intercambiaron comentarios diplomáticos vía telefónica.
Erdogan declaró cuán profundamente Turquía valora la estabilidad de Irán y elogió generosamente al Presidente de Irán Hassan Rouhani. Funcionarios iraníes mientras tanto, culparon a los “enemigos” por las protestas en el país, aunque mostraron menos ingenio en este aspecto que sus amistades turcas, que culparon a criaturas esotéricas tales como la “mente no revelada” (una invención turca que los funcionarios de Ankara aún están por definir).
Turquía advirtió a aquellos que pudiesen querer interferir en la política iraní, donde el canciller turco Mevlüt Çavusoglu acusó explícitamente al Primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu y al Presidente estadounidense Donald Trump de apoyar a los manifestantes iraníes. Entre los manifestantes, grupos de jóvenes pan-turcos azerbaiyanos fueron vistos haciendo muecas racistas, lo que llevó a Ankara a encargarle a los políticos turcos ultranacionalistas que hicieran retirar a los manifestantes turcos de los escenarios de protesta”. Otro gesto fraternal.
Tal como suele suceder en el caso de la relación turco-persa, los momentos de fraternidad entre musulmanes son engañosos. Para los mulá iraníes de diversas tendencias conservadoras, Turquía sigue siendo demasiado occidental, demasiado traicionera y demasiado sunita. Y para los neo-otomanos en Ankara, Irán sigue siendo demasiado discreto, demasiado ambicioso, demasiado indigno de confianza y demasiado chiita. Las ambiciones turcas de los neo-otomanos simplemente no son requeridas en Teherán, Damasco o en los salones subterráneos de Beirut.
Durante muchos años, Ankara pensó que podía ganarse los corazones y las mentes en Teherán al enfatizar las convergencias sobre las divergencias. Los turcos se opusieron a las sanciones contra Irán y luego ayudaron a los iraníes a evadirlos. También estaba el enemigo común Israel, pero como resultado, incluso Israel puede dividir en lugar de unir a la Turquía sunita y al Irán chiita.
Cuando Erdogan encabezó los recientes esfuerzos internacionales realizados para reconocer a Jerusalén Oriental como la capital del estado palestino, Teherán se encogió de hombros a dicho esfuerzo, calificándolo de “demasiado poco, demasiado tarde”. Según Irán, los turcos deberían haber ido tan lejos como para reconocer a toda Jerusalén como la capital palestina, no solo la parte oriental. Los mulá sunitas en Ankara tomaron esto como si los mulá chiitas estuviesen intentando arruinar su estrategia.
En diciembre, Erdogan reiteró que el Presidente sirio Bashar Assad era un “terrorista de estado y debe irse”. Assad es el aliado más fiel de los mulá de Teherán en esta parte del mundo. Pensar que se irá simplemente porque Erdogan desea que se marche es muy probable que provoque poco más que risas en Teherán (y en Moscú).
En un raro momento de claridad, Erdogan en el 2012 colocó la estrategia turco-persa ante un foco relativamente realista. “No podemos trabajar cómodamente con Irán”, dijo. “Estos destacan demasiado un enfoque sectario. Yo en repetidas ocasiones le he dicho a iraníes prominentes: dejemos de lado la [división] alevismo-sunita. Antes que nada, somos musulmanes. Veamos este tema de [Siria] como musulmanes. Cuando tenemos reuniones bilaterales con ellos, nos dicen “resolvamos este asunto juntos”. Cuando se trata de tomar medidas [para una solución], estos desafortunadamente tienen métodos de trabajo que son particulares a ellos. Esto es, por supuesto, muy triste”.
Los turcos son inteligentes, pero no siempre lo suficientemente inteligentes. Finalmente han notado que los iraníes “resaltan demasiado el enfoque sectario”. No, no lo hacen, sin embargo, han captado lo que los iraníes pueden ver claramente: que los turcos hacen exactamente lo mismo. Es infantil pensar que la retórica poco convincente de “resolveremos-esto-como-musulmanes” puede poner fin a una guerra de 14 siglos que ha durado desde los días del Quraysh.
Burak Bekdil es columnista con sede en Ankara. Escribe regularmente para el Instituto Gatestone y para Defense News y es miembro del Foro Medio Oriente.