RESUMEN: El Partido Demócrata ha sido subyugado por una crisis de antisemitismo, un proceso al que llamamos “Corbynización” similar al del Partido Laborista Británico. Las tres principales defensoras del proceso, Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, personifican tres de sus componentes – el socialismo, el palestinismo y el islamismo – dándole impunidad a través del concepto de “interseccionalidad”. La trayectoria de su alianza roja-verde está conduciendo al Partido Demócrata hacia el socialismo. Para los judíos estadounidenses, esto significa que su profunda lealtad al Partido Demócrata durante muchas generaciones ha sido recompensada con el abandono y la sospecha. Para Israel, existe la posibilidad de una futura administración demócrata que aboga por su destrucción. Para el resto del mundo, el severo giro interno del partido augura una retirada global.
Foto Ilhan Omar, fotografía de Lorie Shaull via Flickr CC
Con asombrosa rapidez y ansiedad, el Partido Demócrata estadounidense ha sucumbido a la Corbynización. Los tuits y otras declaraciones de los recién elegidos miembros del Congreso han afirmado que los judíos estadounidenses son desleales, que el apoyo a Israel es algo que se compra y que las acusaciones de antisemitismo son utilizadas como armas para silenciar a la disidencia sobre el tema Israel y el papel que representan los judíos.
Aunque esto fue anticipado hace mucho tiempo, pocos esperaban que el proceso tomara solo unas pocas semanas. Sin embargo, la naturaleza y dimensiones del problema de los demócratas superan con creces las del Partido Laborista en Gran Bretaña. La transformación potencial de los Estados Unidos posee ramificaciones globales.
Las tres figuras principales de la crisis estadounidense, Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, personifican su lógica y trayectoria, la cual se compone de tres dimensiones: socialismo, palestinismo e islamismo. Estos son la alianza roja-verde que llega a los Estados Unidos.
Ocasio-Cortez es el rostro socialista, alegre, ignorante, conocedora de los medios de comunicación y ungida por estos medios de una rebelión generacional contraria al anciano liderazgo demócrata. Como verdadera representante de su generación, ella desafiantemente ignora temas de economía, historia y política y está protegida por una actitud igualmente desafiante de privilegios que repele las críticas, convirtiendo los desacuerdos políticos en supuestos ataques por ser mujer, a su estatus de “mujer de color” y a sus “experiencias de vida”.
Tlaib, un estadounidense palestino, es la parte palestina de la ecuación. Es esencialmente la persona de un solo tema – “Palestina” – y como “mujer de color”, su buena fe es incuestionable. Pero por “Palestina” ella se refiere a que no apoya un estado palestino junto a Israel sino al desmembramiento total de Israel. Como todos los partidarios estadounidenses de “Palestina”, su articulación de ese estado es vaga. Pero Tlaib es el puente vital para el “tema más importante de nuestra época”, que motiva a las minorías, a los musulmanes y cada vez más, a la generación del 2000, a través de la “interseccionalidad”. El ir contra “Palestina” es ir contra la propia justicia.
En representación de la minoría plus ultra se encuentra Omar, una musulmana somalí oriunda de Minnesota. Su antipatía hacia los judíos, su disgusto con los Estados Unidos y su visión conspirativa son producto total de sus antecedentes religiosos y culturales. De hecho, fueron sus ansias de expresar su negatividad sobre los judíos estadounidenses y sobre los Estados Unidos lo que precipitó la actual crisis del partido. Pero ella es, en virtud de su tipo de sexo, “raza” y fe, la trifecta literal de la “interseccionalidad”. Cualquier crítica hacia ella es automáticamente un ataque contra todas las mujeres, todas las “personas de color” y contra todos los musulmanes. Por lo tanto ella puede y dice cualquier cosa, con una impunidad casi total. Y con el apoyo de CAIR, el brazo de la Hermandad Musulmana en los Estados Unidos, a ella se le ve vinculada a los objetivos globales de esa organización, si no a sus métodos.
Las tres mujeres también son discípulas del líder de la Nación del Islam Louis Farrakhan y veteranas de la Marcha de las Mujeres, que ha colapsado bajo el peso de su antisemitismo, corrupción y la mala administración. Ellas aprendieron que las minorías que buscan pescar judíos no es algo gratis, sino que se compone de un núcleo duro y amargo de seguidores rodeado por una capa más suave de partidarios sumisos y obligados a apoyar a toda costa a las “mujeres de color”. Las acusaciones de racismo, misoginia e islamofóbia son absolutamente fundamentales para la utilización de sus métodos.
Tres personajes nada excepcionales se han unido para formar una fuerza hasta ahora imparable. Ellas perciben su indiferencia a través de la llamada “interseccionalidad”, la ideología de que todas las injusticias son en efecto una y que en la práctica se han vuelto en argumentos que apelan al extremismo sobre los judíos. El asalto a través de tres puntas de lanza por “mujeres de color”, “Palestina” y musulmanes no puede ser confrontado. Y juntas, han cambiado con éxito los parámetros de la discusión respecto a Israel. Tal como lo expresó Ocasio-Cortez, el apoyo hacia Israel hoy día debe ser equiparado al apoyo de hace 15 años por la Guerra en Irak – es decir, un mal que debe ser confrontado.
Tan falto de contenido como fuerza intelectual y moral es el Partido Demócrata que la líder de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi y todos los candidatos presidenciales actuales se alinearon con los rebeldes. Este timorato colapso es motivado por temores a que los insurgentes canalicen el apoyo de la generación del milenio y se apoderen de los organismos del partido. Prebendas aparte, su parálisis también se debe a su profunda repugnancia por el Presidente Trump, quien lo anatematiza en un mal existencial; debido a su ira a las elecciones del 2016, que se suponía había sido arreglada a Hillary Clinton por los “niveles superiores del estado”, por una ira rechacista que legitima todas las medidas para combatir el “radicalismo” de Trump y por una voluntad absoluta de poder nunca antes visto en la historia norteamericana. La voluntad de extender la corrupción de todas las instituciones estadounidenses, incluyendo los sistemas de inteligencia y justicia y los medios de comunicación, para socavar a Trump y castigar a sus partidarios no tiene precedentes. Este ha preparado el escenario, sin embargo, para una rebelión al estilo jacobino.
Estas políticas al estilo Medio Oriente, donde el estado y los medios de comunicación se encuentran subordinados a los partidos políticos, comenzaron con el Presidente Obama. Fue él quien asumió el cargo buscando colocar “luz” entre Estados Unidos e Israel, quien estuvo detrás de la creación de nuevas organizaciones como J Street para destruir el consenso judío estadounidense sobre Israel, quien creó una estructura interconectada de partido, estado y de medios de comunicación, quienes demonizaron a Netanyahu y a sus partidarios en cada oportunidad presentada con el fin de paralizar a los judíos liberales y disminuir el apoyo público estadounidense hacia Israel y quien, quizá en consecuencia, le abrió la puerta a la inmigración musulmana. La Corbynización del Partido Demócrata es una consecuencia. Pero los recientes ataques de Omar contra Obama, en los que ella alegó que era simplemente Trump con una cara bonita, desatando la misma violencia estadounidense en todo el mundo, también son totalmente predecibles. La radicalización, una vez desatada, no posee límites.
Los efectos a corto plazo de este proceso ya se ven claros, incluyendo la legitimación de la visión en la que “los judíos” son fundamentales y donde sus lealtades e “influencia” son temas legítimos de debate, junto a una reevaluación de la política estadounidense hacia Israel y no como una de varias relaciones especiales, sino como algo único, singular y espectral.
Para los judíos estadounidenses, la situación es repentinamente grave. El partido político en donde la mayoría de ellos ha encontrado un hogar durante un siglo ha repudiado sus preocupaciones y temores, relegándolos al fondo de lo ya apilado. Sus votos tampoco parecen importar ya. Después de todo, son una minoría cada vez menor muy pronto superada por los musulmanes estadounidenses. Su celebración de los valores demócratas por generaciones les ha traído muy poca lealtad, e incluso tolerancia.
A largo plazo, las consecuencias globales del socialismo estadounidense y una alianza triunfante roja-verde – todavía sin realizar y evitable – son muy sombrías. Para el mundo, la posibilidad de un aislamiento verdadero de los compromisos en seguridad global estadounidenses es un grave peligro. La OTAN y el expansionismo chino son temas remotos para los insurgentes, mientras que el terrorismo islámico en África, Europa y otros lugares bien puede ser tolerado, tal como lo hace el Partido Laborista. Un ciclo francés de irrelevancia estratégica y de gasto social permanentemente alto y por ende, un desempleo ante la propagación de una insurgencia islámica junto a una parálisis electoral puede que sean el mejor de los escenarios.
Con la excepción del socialista Bernie Sanders, ninguno de los posibles candidatos demócratas ha intervenido en estos temas críticos. En cambio, han sido arrastrados hacia la Izquierda por los insurgentes, casi todos han expresado un apoyo demencial hacia los descabellados planes de abrirle las fronteras a millones de inmigrantes, gastar billones en “ecologizar” la economía estadounidense, desarmar a los cuerpos policiales, reducir la edad para votar a 16 años y proveerle un nivel de salud al estilo socialista a 325 millones de personas a través del cobro de impuestos a las corporaciones y a los ricos en niveles totalmente gigantescos.
Si el Partido Laboral nos sirve de alguna guía, la excepción predecible a este aislacionismo será el enfoque obsesivo sobre el tema Israel. Para Israel, la perspectiva emerge por ende sobre la posibilidad que su principal superpotencia aliada le sea arrebatada por un régimen socialista indiferente o incluso dedicado a su destrucción. Esto todavía se ve a futuro algo lejano, pero mucho más concebible de lo que fue hace unas semanas atrás. Los israelíes deberían dirigir la mirada hacia las elecciones del 2024 y más allá.
El objetivo de los insurgentes del milenio es el socialismo, en el que la totalidad de la economía de los Estados Unidos esté controlada y dirigida por el gobierno hacia logros “virtuosos”. En la concepción más anti-utopía, los judíos estadounidenses, similares a la recientemente nombrada quintaesencia de “tez blanca” y de “privilegios”, parecen destinados a convertirse en los nuevos kulaks rusos, para ser despojados del poder y castigados como destructores, a menos que se pongan a derecho. Israel, como el hogar de la “judería internacional” debe ser aislado, marginado y si es posible, destruido.
Afortunadamente, las características auto-correctivas de la política estadounidense todavía están en juego. Las encuestas indican que el apoyo a Israel sigue siendo muy fuerte, al menos entre los republicanos y en la población en general. En el mejor de los casos, podemos esperar una rápida recuperación del Partido Demócrata en su base centrista, quienes se sienten horrorizados por el relevo. Otro probable escenario es que los insurgentes estrecharán su control pero, al estilo del Partido Laboral, estos expondrán su antisemitismo una y otra vez, lo que conducirá a una pérdida del apoyo público. Pero a pesar de una recuperación muy difícil de imaginar, la indecencia del Partido Laboral es ahora permanente, tal como ya lo es para las alianzas roja-verde a lo largo y ancho de toda Europa. La alianza roja-verde en los Estados Unidos también es ahora una amenaza permanente.
El futuro de la política norteamericana y el experimento estadounidense aún no está escrito del todo, pero el guión se ha convertido en algo mucho más sombrío.
Alex Joffe es arqueólogo e historiador, miembro sénior no-residente del Centro BESA y miembro de Shillman-Ingerman en el Foro del Medio Oriente.