RESUMEN EJECUTIVO: Los entendimientos alcanzados entre la administración Trump y el gobierno de Netanyahu, y aprobados por el Gabinete Israelí de Seguridad (a pesar de algunas protestas), muestran que un programa razonable de construcción de asentamientos no es la raíz de todo el mal en la región. De hecho, un acuerdo de paz es más probable si se da espacio a la comunidad de colonos. Los nuevos entendimientos revierten el lenguaje de la Resolución 2334 y la interpretación “purista” de la “legitimidad internacional”. Tal retorno al reconocimiento de las realidades existentes – que fue concedido en el intercambio de cartas entre Bush y Sharon en abril de 2004 – ayudaría a que todas las partes se acercasen a un compromiso realista.
La idea que un programa razonable de construcción en los asentamientos (no tan libre para todos como algunos israelíes esperaban) podría ser políticamente benéfico a pesar de los sonidos contra intuitivos, ciertamente en la mente de aquellos que ven en los asentamientos existentes como un obstáculo para la paz. Sin embargo, la visión que se requiere un alto en la construcción es la solución para lograr un acuerdo de paz es miope. Procede hacia adelante desde el estado actual, mientras que una política moralmente responsable debe fluir hacia atrás… desde el estado final deseado.
Para muchos en todo el mundo, cualquier actividad de construcción, por parte de los israelíes, más allá de la llamada “Línea Verde” de 1967 (o, para usar su nombre propio, la Línea de Armisticio de 1949) no es ni legal ni lógica. La Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU afirmó, con el apoyo activo de la administración Obama, que esa construcción es una violación del derecho internacional, así como un obstáculo para la paz. Aquellos que están de acuerdo, que levantaron la mano o se abstuvieron en el Consejo de Seguridad, están equivocados en ambos aspectos.
Sin embargo, no es el propósito de este texto plantear el caso legal para la construcción de asentamientos más allá de decir que, de hecho, se puede argumentar con cierto detalle. El enfoque aquí es sobre los aspectos prácticos: la acusación que la actividad de asentamientos es un obstáculo para la paz y la refutación de que lo contrario es cierto.
El argumento del “obstáculo” es sencillo. Dado que la existencia de algunos asentamientos, y mucho menos la presencia significativa que se ha establecido a lo largo de los años, presumiblemente hace más difícil trazar una línea razonable de partición basada en las líneas de 1967, no tiene sentido añadir si quiera un solo balcón más al problema. La situación ya es bastante seria, abarcando a unos 700.000 judíos (si se incluye a Jerusalén, como se suele hacer), y no es necesario agregar más. Los palestinos pintan un cuadro oscuro de la tierra restante en Cisjordania devorada poco a poco, con pocas o ninguna perspectiva para la conformación de un estado palestino contiguo.
No se puede negar que para algunos israelíes, el propósito explícito de la construcción futura es, de hecho, hacer imposible la creación de un estado palestino contiguo. Dicen esto alto y claro. Pero esta no es la política del primer ministro o del Ministerio de Defensa (que tiene las llaves sobre cualquier construcción en Cisjordania). Mientras que Netanyahu y el Ministerio de Defensa son reacios a comprometerse irremediablemente con una solución de dos Estados (no menos porque si lo hacen, será Israel más que los palestinos a quienes se les pedirá que paguen el precio completo por ello), no desean excluir la opción. Tampoco desean enajenar a sus vecinos amistosos en Jordania y Egipto o pelear con una administración mercurial como la de Trump. De ahí la voluntad de llegar a un entendimiento detallado (y restrictivo) con el equipo estadounidense, incluyendo personas en posiciones clave que son los restos de la era Obama.
Los entendimientos reflejan una comprensión en Washington que uno de los peores errores de cálculo de la administración anterior fue el descarte de la carta de Bush a Sharon del 14 de abril de 2004 en la que reconoció la necesidad de cambios territoriales que tomaran en cuenta las realidades existentes en la suelo. Esto se vio agravado por la demanda de una congelación total, que generó expectativas palestinas totalmente poco realistas, redujo la margen de maniobra de Mahmoud Abbas y, finalmente, chocó con la cuestión de Jerusalén (que debía ocurrir desde el primer día). Obama esperaba crear un “sendero de luz” entre los Estados Unidos e Israel, para estar mejor situado como un “corredor – mediador – honesto”. De hecho, no dio ninguna oportunidad a la paz, por dos razones que ahora deben ser evitadas.
Para empezar, colocando a todos los judíos que viven más allá de la “Línea Verde” – incluyendo aquellos que repoblaron el Barrio Judío de la Ciudad Vieja en Jerusalén! – como si fuesen un solo conjunto… es poner en peligro grave la aplicación de cualquier compromiso futuro. Genera esperanzas palestinas de un resultado coercitivo que implique el desarraigo de los judíos de sus hogares en una escala masiva. Ningún gobierno israelí, ni siquiera uno de izquierdas, aceptaría tales demandas en su totalidad. Por lo tanto, una política que señala que podría surgir en última instancia una perspectiva de total o casi total retiro alimenta la fantasía, retrasando el logro de un compromiso viable.
Además, el legado de una “congelación total” haría imposible la aplicación de un acuerdo de paz. Los gobiernos israelíes han estado dispuestos en el pasado a hacer sacrificios dolorosos. El actual primer ministro utilizó dicho lenguaje en su discurso ante las dos cámaras del Congreso en mayo de 2011 (que no debe confundirse con su discurso ante el Congreso sobre Irán en marzo de 2015). Pero para que los sacrificios se hagan sin encender una posible guerra civil, cualquier gobierno israelí – la izquierda aún más que la derecha – tendrá que aislar a los radicales que exigen una “solución blanco o negro” relacionada con los colonos. Para esa corriente, podría ser aceptable una decisión nacional soberana adoptada por una sólida mayoría y basada en un compromiso razonable, con disposiciones para la seguridad y el reconocimiento mutuo del derecho palestino y judío a la libre determinación. Pero las condiciones políticas para tal aceptación no existirán en una atmósfera de hostilidad severa hacia los asentamientos existentes y hacia todos los colonos como tales.
Por lo tanto, al pensar hacia atrás desde el final del juego, es necesario que cualquier gobierno israelí – no sólo por razones “políticas” en el sentido estricto (es decir, los cálculos de la coalición o la dinámica interna del Likud) – permanezca de la mano con la comunidad de los colonos. Esto implica un margen razonable para la construcción dentro de los poblados existentes, como se acordó con la administración de los Estados Unidos. Esto es ahora entendido por algunos de los padres fundadores del proceso de Oslo, así como por los líderes de centro y centro-izquierda. La alternativa es impensable. Si todos los colonos, al igual que los judíos de Jerusalén Este, Sur y Norte, son obligados a enfrentarse a un desalojo en vez de verse dentro a otros millones “dentro” de la Línea Verde, cualquier intento de implementación se derrumbará.
Los entendimientos que se acaban de acordar son, por tanto, mucho más propicios para la búsqueda de la paz – específicamente, a la traza de una futura frontera – que la línea “purista” equivocada de 2334. Cierto, no se da piedra libre para todas las construcciones en Judea y Samaria como algunos israelíes habían esperado (que ignora el complejo cálculo regional que ni Trump ni Netanyahu pueden ignorar). Pero debería ser suficiente para sentar las bases de un esfuerzo diplomático que sería más realista, en sus premisas subyacentes, que los esfuerzos inútiles de los de los periodos 2009-2010 y del 2013-14.
El Coronel (retirado) Dr. Eran Lerman es un investigador principal asociado en el Centro BESA y ex diputado para asuntos de política exterior y asuntos internacionales en el Consejo de Seguridad Nacional. También es miembro de la facultad Shalem College.