RESUMEN: Muchos creen que Turquía retornará a lo que denominamos la “normalidad occidental” tan pronto como Recep Tayyip Erdogan finalice su carrera política. Pero el comportamiento de Turquía está influenciado por la reestructuración sistémica de la arena internacional tras el final de la Guerra Fría más que por el aura de Erdogan, tal como se evidencio en la década de los años 1990 antes de su llegada. Es imprudente anticipar un cambio significativo en la política exterior turca una vez que Erdogan abandone la escena política.
Los movimientos de Turquía en el Mediterráneo han estado marcados durante algún tiempo por un zigzagueo. Por una parte, Ankara parece dispuesta a sacrificar su credibilidad como miembro de la OTAN para obtener los misiles rusos S-400 Triumph y salvaguardar la ayuda de RUSATOM en la construcción de centrales nucleares en Turquía. Por otro lado, este se ha distanciado a sí mismo de la política siria de Moscú y defiende a todos y cada uno de los grupos armados sunitas que operan en el lugar. También en Libia, Turquía apoya a la filial local de la Hermandad Musulmana. La retórica de Ankara socava continuamente el estatus de la región autónoma kurda al norte de Irak, lo que irrita profundamente al Departamento de Estado estadounidense, por decirlo de una manera suave.
A todo esto debe agregársele la postura anti-israelí de Turquía, que refleja un antisemitismo muy en boga entre los funcionarios de la próxima generación del partido de gobierno AKP que parecen no tener ni la claridad religiosa, ni la perspicacia política de sus antepasados ideológicos. Tampoco podemos ignorar el acoso a Grecia y Chipre en el Mediterráneo oriental, siendo este un factor desestabilizador fundamental en el equilibrio de poder regional.
Es razonable preguntarse qué está tratando de lograr Ankara con todo esto. Está creando nuevos puntos de fricción en un momento en que la economía turca muestra fragilidad fiscal al estilo de los años 80, pero esta vez sin la seguridad de la solidaridad económica estadounidense.
Algunos analistas creen que este estado de cosas refleja las opiniones personales de Erdogan sobre la postura de poder internacional de Turquía. Debido a ello, anticipan un espectacular giro en 180 grados de Ankara tan pronto como Erdogan abandone la escena política.
Pero si queremos entender las acciones de Turquía en la arena geoestratégica del siglo XXI, debemos preguntarnos si la política exterior de Erdogan es el resultado directo de la derrota del kemalismo en Turquía – o el producto de los cambios sistémicos que ocurrieron en las estructuras de polaridad del entorno internacional posterior a la Guerra Fría. Si la política exterior de Erdogan es únicamente un producto de su personalidad y de su sistema de creencias, el problema es soluble, porque ningún político dura para siempre. Pero, ¿en qué se baso la política exterior “normal” turca en la era anterior a Erdogan?
Las relaciones entre Ankara y Washington se deterioraron considerablemente por primera vez entre los años 1996-97, cuando Turquía se negó a permitir que los estadounidenses utilizaran la Base Aérea Incirlik como punto desde el cual atacar objetivos en Irak. Esta fue la primera vez que Washington se enfrentó a la realidad de que la relación de Ankara con este no era incondicional.
Un episodio militar grave con Grecia, el más siniestro tras la invasión turca de Chipre en 1974 – ocurrió durante la crisis de Imia en el año 1996, resultando casi en un conflicto directo en el Mar Egeo. Las relaciones turco-israelíes, que habían sido fuertes desde la era otomana, comenzaron a deteriorarse lentamente a mediados de la década de 1990 debido a la decisión de Ankara de defender a los palestinos como medio para obtener logros diplomáticos en caso de una resolución del conflicto. Además, después del final de la Guerra Fría, Ankara y Moscú retornaron a la cooperación armoniosa que estos habían disfrutado en el periodo de mediados de la guerra. Estos establecieron la Zona de Cooperación Económica del Mar Negro y Rusia se convirtió en el mayor socio de exportación de bienes turcos. Moscú no se opuso a los intentos de Ankara de establecer lazos estrechos de blando poder con las ex-repúblicas soviéticas del Cáucaso.
En vista de estos eventos, es razonable concluir que no fue Erdogan quien alejó a Turquía de Occidente, sino los cambios sistémicos que ocurrieron en la arena internacional con el surgimiento de un nuevo sistema multipolar luego del final de la Guerra Fría – cambios que son anteriores a su ascenso al poder.
Turquía se ve a sí misma como una Gran Potencia en desarrollo y no solo como otra parte del mundo occidental. Este sentido de grandeza ha llevado a Ankara a abandonar el proceso de integración europea, socavar gravemente las relaciones con Washington y considerar a Rusia y China como iguales en términos del poderío internacional. Pero la visión de Turquía de sí misma no concuerda con los hechos. El país está profundamente dividido a nivel nacional entre el Islam político y los laicos y el tema de los kurdos se hace cada vez mayor. El prestigio turco ha sido gravemente herido entre los gobiernos y ciudadanos de Occidente y el hashtag #WorstAllyEver (Peor Aliado) se volvió viral durante semanas en Twitter. La economía turca se ve atrapada en una espiral económica primitiva basada en pequeñas unidades agrícolas y en un mercado turístico mediocre afectado negativamente por la volatilidad de la región. Turquía se encuentra muy lejos de ser un país tecnológicamente avanzado y su participación en el proceso innovador internacional en tecnologías de información y en el área robótica es casi nula.
Los analistas que creen que comenzará un nuevo amanecer en Turquía cuando Erdogan abandone la escena política están equivocados. El nacionalismo y el narcisismo están profundamente arraigados en el subconsciente colectivo del estado turco y el sistema multipolar está ayudando a que dichos defectos salgan a flote. Estos continuarán dictando los desarrollos nacionales y la conducta internacional del estado, con o sin Erdogan.
Noten que las dos nuevas estrellas en la política turca, Meral Aksener y Ekrem Imamoglu, parecen no estar dispuestos a romper con el tradicional egoísmo turco que mueve a las masas. Después de todo, esto ofrece victorias políticas en las elecciones locales y nacionales.
La megalomanía turca producirá más inestabilidad en el Mediterráneo oriental incluso si empuja más allá a Ankara hacia los brazos de los sistémicos actores revisionistas.
Para protegerse de esto, los fuertes vínculos políticos y defensivos entre Jerusalén, Nicosia y Atenas deberían complementarse con una cooperación académica y la interacción de dos o más organizaciones en el campo de la energía tecnológica. Este fuerte vínculo tripartito, que también es el producto de nuevos desarrollos sistémicos en el Mediterráneo Oriental posterior a la Guerra Fría y no solo el resultado del deterioro de las relaciones entre Israel y Turquía luego de Davos 2009 – junto a la continua participación productiva de los Estados Unidos en la región serán los mejores componentes estratégicos para enfrentar las auto-percepciones narcisistas de Turquía en las próximas décadas.
El Dr. Spyridon N. Litsas es Profesor Asociado en materia de Relaciones Internacionales en la Universidad de Macedonia y Profesor Visitante en Relaciones Internacionales en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Grenoble, Francia.