Los palestinos quedaron boquiabiertos por la decisión del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. Han prometido desatar “días de furia” y disturbios, y el alto funcionario de la Autoridad Palestina Jibril Rajoub comparó el evento con una bomba nuclear. Uno puede intentar comprender el impacto sobre los palestinos, después de largos años en los que las respectivas administraciones se abstuvieron de aplicar la ley aprobada por el Congreso.
Es más difícil aceptar la insistencia vehemente del liderazgo palestino que el reconocimiento de Jerusalén es el clavo en el ataúd para el proceso de paz, por tres razones principales:
Una, Jerusalén, dentro de cualquier constelación de fronteras, es y será la capital de Israel. Este es un hecho histórico que incluso los palestinos, que reclaman su propia capital en el este de la ciudad, no intentan desafiar.
Segundo, porque actualmente no hay un proceso de paz; o en palabras de James Zogby, fundador y presidente del Instituto Árabe Americano en Washington: “No se puede poner fin a un proceso de paz que no ha comenzado”.
Y tercero, porque las preguntas sobre el estatuto de Jerusalén y sus lugares sagrados nunca fueron los principales escollos en las conversaciones previas entre Israel y los palestinos. Esas negociaciones ya se habían colapsado en torno a soluciones “más fáciles” para el conflicto, como el intercambio y canje de tierras, los asentamientos y similares. E incluso cuando el entonces primer ministro Ehud Olmert presentó su propuesta de gran alcance para dividir la ciudad, los palestinos nunca regresaron con una respuesta.
El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, en un último esfuerzo realizado este miércoles, solicitó al Consejo de Seguridad de la ONU que impida a Trump anunciar su decisión. La única ayuda que recibió, de los dos poderes regionales no árabes, fue de poca utilidad. Irán prometió que Israel sería aniquilada, y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, finalmente amenazó con cortar las relaciones diplomáticas con Israel.
Por el momento, parece que los países árabes están un poco menos perturbados. Los cancilleres árabes se reunirán para una reunión de emergencia y condenarán la movida estadounidense; pero los árabes, principalmente los sauditas, tienen preocupaciones más apremiantes que el conflicto israelí-palestino en su lista, principalmente la amenaza iraní.
Como nota al margen, también vale la pena mencionar que las familias reales sauditas y jordanas no creen que los palestinos tengan el derecho exclusivo de salvaguardar los sitios sagrados islámicos en Jerusalén. Hay una historia acerca de un emisario enviado por el rey saudí Fahd bin Abdul-Aziz Al Saud, quien ofreció al entonces primer ministro Menajem Beguin 100 mil millones de dólares para levantar la bandera saudita sobre las mezquitas en el Monte del Templo. El emisario, por supuesto, fue rechazado rápidamente.
Con eso, no debemos subestimar las consecuencias combustibles de la declaración de Trump. Hamás y otros harán todo lo que esté a su alcance para inflamar la situación en el terreno. Las fuerzas de seguridad jordanas también se preparan para la posibilidad de protestas violentas en la región.
Sin embargo, cuando los ánimos se asienten, será evidente que el proceso de paz no fue asesinado por la declaración estadounidense, y que puede ser resucitado con una voluntad mutua y con decisiones valientes, de ambos lados.