Desde la década de 1970, cada presidente estadounidense ha tratado de lograr la paz entre Israel y los palestinos.
Durante la campaña electoral y después de su toma del poder, el presidente Donald Trump dijo varias veces que quiere cerrar un acuerdo entre Israel y los palestinos. Cuanto más larga es la lista de intentos fallidos de Estados Unidos durante las últimas décadas, más atractivo será este desafío. Las perspectivas de una aclamación duradera, en caso de éxito, parecen particularmente atractivas para los políticos narcisistas.
En marzo de 2017, sólo dos meses después de la asunción del poder y antes que todos los puestos en los ministerios de defensa y política exterior se hubiesen ocupado, Jason Greenblatt, representante especial del presidente Trump para negociaciones internacionales, fue enviado a Jerusalén y Ramallah para probar las aguas. La misión indica una ansiedad injustificada.
Si bien la nueva administración estadounidense parece genuinamente interesada en obtener resultados, no está clara su determinación de llevar a cabo un acuerdo global.
¿Trump emulará el enfoque “mesiánico” del ex Secretario de Estado estadounidense, John Kerry? ¿Se resolverá Estados Unidos, después de un período indeterminado, por un “proceso de paz” únicamente, una vez que se dé cuenta que no hay acuerdo en los temas claves? ¿Llegarán los Estados Unidos finalmente a un acuerdo con el consenso israelí que no hay un socio para la paz en Ramallah y/o en Gaza?
La determinación de la Administración Trump de perseguir un acuerdo israelí-palestino no está clara.
En ausencia de un socio palestino para la paz, hay cierto mérito en tratar de involucrarse en un “proceso” que reduzca las tensiones en la región y que elimine una cuestión pegajosa, aunque cada vez más marginal, de la mesa diplomática. Esto permitiría que Estados Unidos prosiga sus relaciones con estados importantes como Egipto, Arabia Saudita e Israel, con poco ruido de fondo.
Por el contrario, la falta de implicación estadounidense y la consiguiente ausencia de un proceso de paz podrían crear las condiciones para la aparición de un nuevo paradigma para reemplazar la extinta “solución de dos Estados”.
Evidentemente, la administración estadounidense no se dejó tiempo para estudiar el asunto, optando por un activismo impaciente.
Cualquiera que sea su objetivo, la misión de paz del Sr. Greenblatt comenzó con el pie equivocado. Hizo hincapié en lo importante que era para el Presidente Trump estimular la economía palestina y mejorar la calidad de vida de los palestinos. El primer ministro Binyamin Netanyahu le aseguró a Greenblatt que está totalmente comprometido con el principio de ampliar la prosperidad de los palestinos y que lo ve como un medio para reforzar las perspectivas de paz. Según el comunicado de prensa, los dos discutieron medidas concretas que podrían apoyar y promover el desarrollo económico palestino.
Es extraño ofrecer zanahorias a los palestinos antes que se hayan comprometido a regresar a la mesa de negociaciones que abandonaron en marzo de 2014. El impulso de dar zanahorias muestra la sabiduría convencional de la comunidad internacional que los palestinos deben estar bien alimentados para evitar su erupción de violencia. Esta actitud ha llevado a un apoyo financiero continuo a la Autoridad Palestina a pesar de la creciente conciencia que una gran parte de esa ayuda se canaliza hacia los terroristas y sus familias.
“La llamada Segunda Intifada tuvo lugar después de varios años de progreso económico palestino”.
Los cálculos a corto plazo, como este tipo de premisas, sólo prolongan el conflicto. De hecho, la campaña de terror que comenzó en septiembre de 2000, llamada Segunda Intifada, tuvo lugar después de varios años de progreso económico durante el cual el nivel de vida palestino fue el más alto de la historia. Las muchas zanahorias proporcionadas no superaron el apetito de los palestinos ni canalizaron sus energías desde el terror hacia la mesa de negociaciones.
El arte de la negociación requiere una mezcla cuidadosamente calibrada de zanahorias y palos. Los fracasos acumulados desde 1993 sugieren que todavía no se ha alcanzado el equilibrio correcto entre la zanahoria y el palo. Teniendo en cuenta las enormes cantidades de dinero que la Autoridad Palestina ha recibido a lo largo del tiempo y la negativa persistente de los palestinos a reconocer que un acuerdo es de su interés, es razonable concluir que el enfoque adoptado para atraerlos a la red no ha bastado.
Las zanahorias otorgadas a los palestinos indican que su intransigencia y su falta de compromiso no tienen correlación con el nivel de apoyo que reciben. La Autoridad Palestina no fue sometida a casi ningún palo, en absoluto, tras la campaña terrorista. Las opciones de los palestinos nunca cambiarán si sus pobres decisiones nunca exigen un costo.
Este mes, Estados Unidos e Israel perdieron una oportunidad para tratar de cambiar el comportamiento palestino al enfatizar los palos en la ecuación. Los palestinos siguen comprometidos con objetivos poco realistas como Jerusalén y el “derecho al retorno”. Sin embargo, sin las amenazas tácitas y/o manifiestas que las vidas palestinas podrían llegar a ser mucho más miserables, hay pocas posibilidades de que su comportamiento mejore. El dolor y el sufrimiento son importantes para librar a una nación de sueños poco realistas.
Efraim Inbar, profesor emérito de estudios políticos en la Universidad Bar-Ilan y director fundador del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat (1991-2016), es miembro de Shillman-Ginsburg en el Foro de Oriente Medio.