En su conferencia anual de esta semana el Partido Laborista de Gran Bretaña cruzó un escalofriante y fatídico punto de no retorno. En una reunión paralela hubo una convocatoria para tratar el tema de la negación del Holocausto como contribución legítima al debate; Israel fue comparado con los nazis; y se exigió expulsar a los grupos judíos pro-Israel del partido.
En la propia sala de la conferencia, una mujer judía arrojó un flujo de falsedades difamatorias, distorsiones y calumnias sobre Israel. Luego, recibió una fervorosa ovación de pie por declarar: “No soy antisemita. Este partido no tiene ningún problema con los judíos”.
Los delegados de la conferencia parecían estar en júbilo entre sí debido a que recibían permiso de una judía para odiar así al colectivo judío dentro del Estado de Israel.
Ante todo esto y más, el líder del partido Jeremy Corbyn, izquierdista de línea dura que llama a Hamás y Hezbollah sus “amigos”, no sólo permaneció en silencio, sino que no asistió a una recepción de los Amigos Laboristas de Israel, alegando presiones en el trabajo mientras lograba asistir en su lugar a otras varias recepciones.
Los llamados moderados del Partido Laborista se niegan a hacer frente a lo que todo esto significa. Desafortunadamente, una cantidad de miembros del movimiento judío se encuentran entre ellos.
El Movimiento Laboral Judío redactó una resolución para facilitar la expulsión de individuos antisemitas del partido. Aunque esta resolución fue aprobada, es en realidad algo peor que inútil.
Crucialmente, esto no define el antisemitismo.
Y uno puede apostar que el Partido Laborista nunca aceptará que el demonizar y deslegitimar a Israel es la forma contemporánea del odio más antiguo. Si lo fuere, tendría que expulsar a muchos… si no a la mayor parte del partido.
Además, el Partido Laborista ha reiterado su intención de reconocer un estado de Palestina tan pronto como el partido llegue el poder. Por lo tanto, este se ha comprometido a sí mismo a un acto de malicia contra Israel y a una negación de las obligaciones de los propios palestinos. Es un enfoque único que señala a Israel por su doble discurso, una señal clave de antisemitismo.
El presidente de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos del Reino Unido ha dicho que el antisemitismo laboral es ahora tan grave que el partido debe demostrar que no es racista.
Sin embargo el martes por la noche, el Movimiento Laborista Judío publicó unos panfletos pidiéndole a la gente que “ayude a Jeremy Corbyn a combatir el antisemitismo”. Habiéndose convencido que su resolución había comenzado a atraer el veneno de Corbyn, estos judíos de hecho terminaron promoviéndolo a él. Peor aún, es que los propios judíos están a la vanguardia de difundir este veneno.
La mujer que rabiaba de que no era antisemita era una judía anti-sionista virulenta llamada Naomi Wimborne-Idrissi. El hombre que pidió la expulsión de dos grupos judíos pro-Israel fue Michael Kalmanovitz, miembro de la Red Judía Anti-sionista Internacional. El individuo que pidió tomar en serio el negar el Holocausto fue Miko Peled, hijo de un general israelí.
Viviendo ahora en Estados Unidos, Peled ha hecho una carrera difamando a Israel, diciéndole a los partidarios de AIPAC en el 2011 de que estaban “apoyando a la maldad”.
A través de Occidente, la demonización de Israel ha estado dominada por tales judíos que esparcen el incitar al odio y el asesinato regurgitando falsedades y distorsiones incendiarias.
Su sello distintivo es anular la ética judía para hacerlo corresponder con la ideología izquierdista de una utopía universalista, lo que inevitablemente significa la destrucción no sólo de Israel, sino también del propio judaísmo. Grotescamente, ellos afirman entonces que defienden la ética judía y por tanto, son moralmente superiores a aquellos que apoyan a Israel.
El hecho trágico es que no existe un desorden mucho más patológico que cuando un judío se da vuelta contra su propia identidad. Los judíos son un pueblo único; el odio dirigido hacia ellos es un odio único; y cuando los judíos se vuelven en contra de su propio pueblo, se comportan de un modo terriblemente singular.
Intelectuales judíos israelíes son incluso los más afectados por esta patología. El novelista israelí Aharon Megged ha lamentado “un fenómeno que probablemente no tiene paralelo en la historia: una identificación emocional y moral con la mayoría de psique israelí con gente abiertamente comprometida a nuestra aniquilación”.
En ‘La División Judía sobre Israel’, que este escribió junto a Paul Bogdanor, Edward Alexander escribe de una manera devastadora: “La influencia desproporcionada de los acusadores judíos depende en gran medida al hecho de que demonizan a Israel precisamente como judíos; de hecho, puesto que la religión y la tradición importan poco para la mayoría de ellos, es la demonización de Israel lo que los hace ser judíos”.
Y debido a que la gente asume erróneamente que los judíos no pueden ser antisemitas, estos judíos anti-sionistas se ofrecen a si mismos como escudos humanos para proteger y facilitar de esta manera a quienes esperan destruir al Estado de Israel demonizándolo y deslegitimizándolo.
El problema del antisemitismo en Gran Bretaña, sin embargo, va mucho más allá del Partido Laborista.
‘Mi Nombre es Rachel Corrie’ es una obra escenificada por primera vez en el 2005 para vanagloriar el nombre de una activista del Movimiento Solidario Internacional que murió en Gaza arrollada por una excavadora blindada israelí cuando intentó detener la demolición llevada a cabo para así erradicar los túneles terroristas.
He aquí, esta pieza anticuada vulgar de propaganda comunista la cual está siendo revivida por la compañía de teatro Young Vic en Londres. ¿Por qué? Porque el hostigamiento a los judíos es ahora el deporte recreativo de la psique británica.
Entonces, ¿cuándo es el estreno de este avivamiento? Porqué, el Kol Nidrei, el comienzo de Yom Kippur, el día más solemne del calendario judío. Justo al rostro de los judíos, eh.
No lloren por el miserable Partido Laborista. Lloren por lo que se ha convertido la Gran Bretaña y por los judíos que han perdido su camino.
Melanie Phillips es columnista del diario The Times (R.U.)