Los argumentos del ex primer ministro Ehud Barak a favor de un retiro de Judea y Samaria socavan la seguridad de Israel y son una desviación sobre la visión de seguridad de los Acuerdos de Oslo. Israel debería ser sabia a la hora de presentarle al presidente Trump argumentos reales sobre este tema.
La visita del presidente estadounidense Donald Trump a Israel parece haber desencadenado una nueva campaña sobre el futuro del pueblo judío en la tierra de sus antepasados, y el ex primer ministro Ehud Barak se unió a las filas de aquellos cuyas esperanzas de ver concesiones israelíes en Judea, Samaria y Jerusalén ha sido reavivadas.
En un artículo publicado en Haaretz la semana pasada, en donde criticaba con dureza el libro de Miqueas Goodman “Catch 67: Las ideologías detrás de los desacuerdos que desgarran a Israel”, Barak trató de analizar la cuestión de si Israel puede defenderse adecuadamente en caso que se retire de Judea y Samaria.
La respuesta de Barak fue decisiva: la negativa de Israel a separarse de los palestinos y retirarse a las líneas de 1967 – con ciertas excepciones como los grandes bloques de asentamientos – es “una amenaza definitiva para el futuro del proyecto sionista”, mientras que las amenazas que pueden surgir después de una retirada son “riesgos técnicos militares”. Despreciaba la premisa de la derecha que tales concesiones territoriales son potencialmente y extremadamente peligrosas, argumentando que “Israel es el país más fuerte de la región militar, estratégica y económicamente y si establecemos nuestras relaciones con los Estados Unidos hábilmente, también diplomáticamente, podremos enfrentar los problemas”. Según Barak, si Israel tiene éxito en su navegación a través de las movidas aguas, podría enfrentar cualquier amenaza militar que pueda levantar la cabeza.
Pero la historia ha demostrado que incluso las superpotencias pueden fallar. Uno no necesita mirar más allá de los rusos o los estadounidenses en Afganistán.
Desde la desconexión de la Franja de Gaza de 2005, Israel tiene un claro punto de referencia en cuanto a la naturaleza de la posible amenaza que puede representar un estado palestino. Con una lógica similar, se puede argumentar que lo sucedido en la Franja de Gaza, es decir, la amenaza terrorista que representa para las comunidades adyacentes a la frontera, podría ocurrir en Judea y Samaria, solo que esta vez sería contra la mayoría de las ciudades de Israel. El centro y la llanura costera serían el objetivo.
Barak y sus partidarios prometen que el futuro estado palestino permanecerá desmilitarizado. Vale la pena explorar si este objetivo es alcanzable y en qué medida, especialmente en una época en que la proliferación mundial de armas está disponible para el mejor postor, como lo demuestra el constante contrabando de armas para el Hamás en Gaza y para Hezbollah en el Líbano, permitiendo que ambos grupos aumenten las capacidades de producción nacional de armas.
El otro enfoque, que Barak descarta por completo como una opinión de la derecha “infundada”, sostiene que establecer y mantener la desmilitarización palestina es esencial para que Israel mantenga sus constantes esfuerzos de seguridad y una próspera presencia civil en toda Judea y Samaria.
Supongamos, por el bien del argumento, que los derechistas tienen un conjunto mixto de ideologías, como afirma Barak. Eso no cambia el hecho que la necesidad de una profundidad estratégica en la estrecha costa de Israel haya sido una invención de la derecha. En su libro de 1978 “Y ahora”, el entonces líder del Partido Laborista Shimón Peres escribió: “Si se establece un estado palestino separado, este estará armado hasta los dientes”. También tendrá bases para las fuerzas terroristas más extremas y estarán equipadas con misiles antiaéreos y antitanques que pondrán en peligro no solo a los transeúntes, sino a todos los aviones y helicópteros que vuelan en los cielos de Israel y a todos los vehículos que circulan por las carreteras principales. Allí está la planicie costera”. El problema principal no es llegar a un acuerdo sobre la desmilitarización, sino mantener ese acuerdo en la práctica.
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Al igual que muchos de los que apoyan la noción de una retirada, Barak ha basado sus argumentos en el hecho que muchos otros en el establishment de defensa comparten sus puntos de vista. Si bien los números pueden estar a su favor, ¿qué significan realmente? Galileo nos enseñó que el progreso depende del pensamiento científico abierto y crítico. Argumentando que la opinión de uno es similar a la verdad científica simplemente porque es la opinión mayoritaria que pertenece a una iglesia o al establecimiento rabínico no llegamos a mucho. Ni Albert Einstein ni el premio Nobel Dan Shechtman contaron con el apoyo de la comunidad científica en los primeros días de su investigación.
Ahora tenemos la oportunidad de validar la experiencia que profesan estos funcionarios de defensa cuando abordan cuestiones estratégicas. A principios de la Guerra de la Independencia de 1948, durante una evaluación de la situación con el Estado Mayor de las FDI, el entonces Primer Ministro David Ben-Gurion declaró que “seguiremos el consejo de los expertos sobre las cuestiones técnicas, pero los expertos no tendrán la palabra final sobre todo, eso depende de los representantes del pueblo. No les corresponde a los expertos decidir si declarar la guerra o no, y si defender el Neguev o no hacerlo”.
Lo mismo se aplica a la cuestión del futuro de Israel en Judea y Samaria. Los expertos pueden expresar su opinión, pero hay que recordar que, en lo que respecta a este tema, no son profesionales políticamente imparciales y, a diferencia de los asuntos técnicos, los expertos no están familiarizados con los pormenores de las cuestiones estratégicas.
En su artículo de Haaretz, Barak defiende su apoyo como primer ministro en el año 2000 para una solución de dos estados según lo delineado por el entonces presidente estadounidense Bill Clinton. Pero hay una diferencia fundamental entre lo que el Primer Ministro Yitzhak Rabin acordó en los Acuerdos de Oslo de 1993 y el plan de Clinton.
En su último discurso en el Knesset, pronunciado el 5 de octubre de 1995, Rabin subrayó cuatro principios rectores: (1) “Aspiramos a establecer el Estado de Israel como un estado judío con al menos el 80% de su población judía”; (2) “ante todo, una Jerusalén unida, que incluya [los suburbios de] Maaleh Adumim y Givat Ze’ev, como la capital de Israel, bajo soberanía israelí”; (3) “para la seguridad de Israel, la frontera se establecerá en el Valle del Jordán, en la interpretación más amplia de este término”; (4) con respecto a la entidad política palestina que se establecerá junto a Israel, al oeste del río Jordán, “Esta entidad será menos que un estado y administrará independientemente las vidas de los palestinos bajo su dominio”.
En contraste, el plan de Clinton, que tanto Barak como el ex primer ministro Ehud Olmert acordaron, conduce a la división de Jerusalén y al abandono de Israel de su amplio dominio sobre el Valle del Jordán, lo cual es una verdadera desviación de los puntos de vista de Rabin que exigían que este último fuera interpretado de la manera más amplia posible.
En su patrón de pensamiento binario, Ehud Barak describió las coyunturas de toma de decisiones de Israel como una situación en donde se requiere que los líderes elijan entre una de dos vías: la retirada de Judea y Samaria o el deterioro hacia un estado de apartheid. Pero, de la forma en la que los principales artículos de los Acuerdos de Oslo se han implementado, ¿cómo puede alguien sugerir seriamente que nuestro control continuo de otro pueblo sea similar al apartheid? La retirada israelí de las zonas A y B en Judea y Samaria en 1996 y la desconexión de Gaza en 2005 son prueba que nuestro gobierno sobre otro pueblo ha terminado.
Alrededor del 90% de la población palestina en Judea y Samaria ha estado bajo el gobierno de la Autoridad Palestina desde mediados de la década de 1990 y la población de Gaza ha estado bajo el régimen de Hamás desde 2007. Por lo tanto, el conflicto israelí-palestino se centra actualmente en el área de Jerusalén y en el Área C de Judea y Samaria. Rabin argumentó que el control israelí en estas áreas – todos los asentamientos, bases militares, carreteras principales y el área vital que conduce al Valle del Jordán – era el mínimo necesario para preservar las fronteras israelíes defendibles.
En vista de la aspiración de Trump de “llegar a un acuerdo” entre Israel y los palestinos, Israel debería ser sabia a la hora de expresar una posición que goce de amplio consenso nacional: sí al bosquejo de Rabin basado en los principios de su último discurso, y no sobre el Plan Clinton-Barak.
El general Gershon Hacohen es investigador sénior en el Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos. Sirvió en el ejército israelí durante cuarenta y dos años. Él ordenó tropas en batallas con Egipto y Siria. Anteriormente fue comandante de cuerpo y comandante de las Fuerzas Armadas de las FDI.