El Medio Oriente posee la habilidad de arrastrar consigo a poderes externos hacia sus conflictos. Los proyectos de China en la región han demostrado lo difícil que es mantener su principio de no-injerencia en los asuntos internos de otros estados.
El abandono de Pekín en su política de no-injerencia ha quedado vívidamente ilustrado por sus esfuerzos (en gran medida ineficaces) de mediar en los conflictos en Sudán del Sur, Siria y Afganistán, así como entre Israel y la Autoridad Palestina e incluso entre Arabia Saudita e Irán. Es aún más evidente en el rechazo de Pekín a su promesa de no establecer bases militares extranjeras, hecho evidente cuando estableció una base naval en Djibouti y cuando surgieron informes que tiene la intención de utilizar el puerto de Gwadar en aguas profundas de Pakistán como una base militar.
Esta contradicción entre la política de China sobre el terreno y sus principios en política exterior no-injerencista de larga data significa que Pekín a menudo se esfuerza por cumplir con las expectativas de los estados del Medio Oriente. También significa que China corre el riesgo de anudarse a si mismo políticamente en países tales como Pakistán, que aloja la joya de la corona de su Iniciativa Belt & Road: el Corredor Económico China-Pakistán (CECP).
Los autócratas del Medio Oriente han intentado adoptar el modelo chino de liberalismo económico junto a un estricto control político. Estos ven el principio declarado de no-injerencia por parte de Pekín en los asuntos de otros por lo que en realidad es: un apoyo al gobierno autoritario. El principio de esta política es efectivamente el mismo que la preferencia estadounidense de décadas de estabilidad sobre la democracia en el Medio Oriente.
Estos son tiempos particularmente inciertos para la participación de las grandes potencias en el Medio Oriente, que todavía tambalea por los disturbios árabes que ya llevan 7 años de calamidad, con sus protestas brutales y a menudo violentas. En todo caso, en lugar de haber sido “estabilizada” por las políticas estadounidenses y chinas, la región se encuentra al comienzo de un proceso de transición que pudiera muy bien tardar hasta un cuarto de siglo en resolverse. No existe ninguna garantía que serán los autócratas los ganadores.
Actualmente Pekín parece tener la ventaja frente a Washington en la lucha por la influencia en todo el Medio Oriente, pero las políticas chinas amenazan con hacer de esa ventaja algo a corto plazo en el mejor de los casos.
Los proyectos relacionados con la Iniciativa Belt & Road financiados por China han demostrado ser un arma de doble filo. Las preocupaciones van en aumento en países tales como Pakistán en donde las inversiones masivas chinas pudiesen ser una trampa de deudas similar a la experiencia de Sri Lanka.
El freno de los chinos en varios proyectos de infraestructura paquistaníes sugiere que Pekín está modificando su enfoque hacia el Corredor Económico China-Pakistán (CECP) de $50 billones. El replanteamiento chino fue provocado por la volatilidad política causada por la egoísta y continua violencia de la política de Islamabad, particularmente en la provincia de Balochistán, la cual se encuentra justo en el centro del CECP.
Pekín decidió desarrollar de nuevo sus criterios para la financiación de los proyectos de infraestructura del CECP en noviembre, 2017. Esta medida aparentemente sumó el esfuerzo de mejorar la participación del ejército paquistaní en la economía del país en un momento en que este flexionaba sus músculos en respuesta a la volatilidad en la política. La decisión sugiere que China no es reacia a darle forma al ambiente político de los países clave dentro de su propio molde autoritario.
Similarmente, Pekín ha tenido disposición de manipular a Pakistán contra sus adversarios para beneficio propio. Este continúa, por ejemplo, protegiendo a Masoud Azhar (quien se cree tiene vínculos muy cercanos con las agencias de inteligencia pakistaníes y las fuerzas militares) por la designación de la ONU como terrorista global. China lo realiza mientras Pakistán arremete contra militantes en respuesta a la suspensión de la ayuda estadounidense y una visita de observación por el Consejo de Seguridad de la ONU.
La utilización de militantes por Islamabad en su disputa con India sobre Cachemira le sirve al interés de los chinos en mantener a Nueva Delhi inestable, un objetivo que Pekín considera digno a pesar de tener como blanco al personal chino y sus activos por parte de una insurgencia de bajo nivel en Baluchistán. Arabia Saudita también está considerando utilizar a Baluchistán como plataforma para desestabilizar a Irán. Al incitar disturbios étnicos en Irán, Riad arrastrará inevitablemente a Pekín a la rivalidad saudí-iraní y acentuará su competencia con los Estados Unidos. Washington respalda el puerto Chabahar con apoyo hindú en Irán, a solo 70 kilómetros de Gwadar.
China se está concientizando cada vez más en la imposibilidad de evitar caer en las trampas del gran Medio Oriente. Esto a pesar del hecho de que el Presidente estadounidense Donald Trump y el poderoso Príncipe Heredero a la Corona de Arabia Saudita Muhammad bin Salman se les ve singularmente enfocados en contrarrestar a Teherán y a los militantes islámicos.
A medida que navega por las numerosas minas terrestres de la región, es muy probable que Pekín se vea a sí mismo en desacuerdo con Washington y Riad. Al menos tendrá un interés común en buscar una estabilidad política a expensas de un cambio político, por mucho que esto pueda violar su declarado compromiso de no injerencia.
El Dr. James M. Dorsey, Antiguo Asociado no-residente en el Centro BESA, es un destacado miembro de la Escuela de Estudios Internacionales S. Rajaratnam en la Universidad Tecnológica Nanyang de Singapur y codirector del Instituto de Cultura Fans de la Universidad de Würzburg.