RESUMEN: Argumentar que la continuación del régimen brutal de Assad es de interés vital para Israel no tiene ningún sentido estratégico. Una Siria envuelta en una guerra civil tiene mucho menos energía y medios para lastimar a Israel que una Siria fuerte. Tampoco la Siria de hoy es capaz de llevar a cabo una campaña diplomática efectiva y/o militar dirigida para recuperar el Golán. Por encima de todo, la supervivencia del régimen de Assad es una victoria para Irán, el ente principal de conflicto en el Medio Oriente y el archí-enemigo de Israel. Expresarle apoyo al régimen de Assad, responsable de cientos de miles de víctimas, por su utilización de armas químicas, limpieza étnica, destrucciones masivas y la creación de oleadas de millones de refugiados, también es moralmente reprobable.
El artículo de BESA ‘Perspectiva No. 476’, escrito por Edy Cohen, argumenta que “un presidente sirio fuerte con un firme control sobre el estado es de interés vital para Israel”. Tal asombrosa conclusión fue extraída del largo período de tranquilidad a lo largo de la frontera del Golán durante la fuerte dictadura de la familia Assad.
La idea que es preferible tener enemigos fuertes es algo extraña. El sentido común nos dice que los enemigos débiles son preferibles porque pueden causar menos daño. El conflicto violento trata sobre exigirle dolor a la otra parte. Los estados son más peligrosos que las milicias y los grupos terroristas. Una Siria débil puede causar menos dolor que una Siria fuerte.
Una Siria envuelta en una guerra civil posee mucha menos energía y menos medios para lastimar a Israel que una Siria fuerte. Un estado sirio disfuncional desgarrado por la guerra civil no es el resultado de conspiraciones israelíes, sino un desarrollo estratégico positivo desde el punto de vista israelí. Lo que queda del ejército sirio se le ve ocupado protegiendo al régimen y tratando de expandir el territorio que posee. No es capaz de desafiar al ejército israelí en una guerra convencional y le tomará años construir una maquinaria militar seria. Tampoco la Siria de hoy tiene capacidad de llevar a cabo una campaña diplomática efectiva y/o militar dirigida a retornar al Golán, lo cual constituye una frontera defendible para Israel al norte.
Por encima de todo, la supervivencia del régimen de Assad es una victoria para Irán, la principal fuente de problemas en el Medio Oriente y el archí-enemigo de Israel. Un estado sirio restaurado, bajo el mandato de Assad, asegurará para Irán el corredor chiita hacia el Mediterráneo. No está del todo claro que incluso los rusos, quienes apoyan a Assad, poseen este objetivo en mente. Una presencia iraní a lo largo de la frontera norte de Israel es más amenazante que las guerreras milicias sunitas.
La perspectiva de Cohen parece argumentar que un régimen fuerte, tal como el de Assad antes del estallido de la guerra civil, puede ser disuadido más fácilmente por Israel que las organizaciones no estatales que pudieran reemplazar a Assad. Evitar a las organizaciones no estatales es ciertamente complicado, pero el caso sirio refuta esta afirmación.
Limitar el análisis de la relación Israel-Siria al período posterior a 1974 y al escenario del Golán es metodológicamente erróneo. Assad padre, un dictador fuerte, atacó a Israel en 1973 y envió a su fuerza aérea para desafiar a Israel en 1982. De hecho mantuvo callada la frontera sobre las Alturas del Golán con Israel después de 1974, pero apoyó a las milicias palestinas y libanesas para hacer sangrar a Israel desde el sur del Líbano.
Cuando su hijo perdió gran parte de su control sobre las Alturas del Golán ante las milicias de la oposición durante la guerra civil, Israel no detectó ningún aumento significativo en las actividades violentas hostiles a través de la frontera. Similarmente, Hezbollah en el Líbano parece haber sido disuadido, particularmente después de la guerra del 2006. La falta de variación en las actividades violentas parece sugerir que el poderío del régimen en Damasco tiene poco efecto sobre la situación a lo largo de la frontera.
La superioridad militar de Israel fue obviamente el factor principal para asegurar la tranquilidad a lo largo de la frontera con Siria. Por otra parte, no está claro que las políticas perseguidas dentro del período 1974-2011 continuarán si Assad recupera el control de su país. Las extrapolaciones sobre el futuro son muy problemáticas, particularmente en el Medio Oriente.
Hasta ahora, la disuasión de Israel, ciertamente un concepto algo confuso, ha funcionado en los Altos del Golán. Esta ha requerido, como era de esperarse, la utilización ocasional de la fuerza. Los intentos por parte de Hezbollah e Irán de establecer una base operativa del lado sirio a las Alturas del Golán fueron removidos por la fuerza. Esto demuestra que incluso en el caso del control parcial de Siria, Israel puede lograr tranquilidad. Sin embargo, Israel sigue temiendo que en el caso de un retorno total de la parte siria del Golán a Assad, Irán tendrá la oportunidad de establecer una base allí.
La crisis siria también posee ramificaciones internacionales que Israel no puede ignorar. Los rusos han apoyado activamente el régimen de Assad, mientras que la administración Obama se abstuvo de interferir. El nuevo Presidente estadounidense Donald Trump utilizó la fuerza para castigar el uso de armas químicas por parte de Siria. También intervino militarmente cuando las fuerzas de Assad se acercaron a los estados satélites estadounidenses al este de Siria. En ausencia de un entendimiento estadounidense-ruso, Assad está claramente en la lista de los tipos malos en Washington. Israel no puede darse el lujo de ir en contra de las preferencias de Trump.
Si Assad triunfa en la guerra civil y establece un régimen estable, no tenemos ninguna razón de esperar buenas intenciones hacia Israel. Su inclinación por la retórica anti-Israel es muy bien conocida y un reconstruido sistema educativo sirio continuará propagando el odio hacia el estado judío. La alianza con el régimen islámico en Teherán (la cual se encuentra en vigor desde el año 1979) refuerza la orientación anti-israelí que puede en determinadas circunstancias convertirse en medidas activas. Siria ha desarrollado una capacidad domestica para producir armas químicas y Assad ha demostrado que no tiene escrúpulos morales sobre el uso de tales armas contra sus oponentes. Cabe destacar que Assad hijo, se entretuvo con ambiciones nucleares que recibieron el apoyo iraní y del norcoreano.
Pudiéramos desear un régimen fuerte y estable en Siria sólo si ya no es un enemigo y tiene la disponibilidad de hacer la paz con Israel. Hasta ahora no hay indicios que el régimen de Assad esté interesado en un cambio tan drástico de política. Sin embargo, algunos elementos en la oposición expresan opiniones diferentes sobre Israel.
Esto no justifica un cambio de no intervención en la política de Israel. Vale la pena recordar que Israel es un pequeño país con una capacidad muy limitada para influir sobre los acontecimientos políticos más allá de sus fronteras. Israel no debilitó al régimen de Assad y no puede desarraigar a la oposición a ello. Es un espectador con poca influencia sobre las dinámicas internas en Siria.
Por último, expresar apoyo al régimen genocida de Assad es una acción moralmente reprobable. Es cierto que en el mundo realista las democracias cooperan con las dictaduras. Pero el régimen de Assad no es una dictadura regular. Es responsable de cientos de miles de víctimas, del uso de armas químicas, de limpieza étnica, de destrucción masiva y de millones de refugiados. El estado judío no debería abogar por la supervivencia de un régimen tan terriblemente despiadado. En el caso de Siria, los requisitos estratégicos se complementan con los imperativos morales.
Efraim Inbar, profesor emérito de estudios políticos en la Universidad Bar-Ilan y director fundador del Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat (1991-2016) es miembro de Shillman-Ginsburg en el Foro del Medio Oriente.