Al gobierno de Obama se le ve que envía fuertes señales de que una vez finalizadas las elecciones, pudiera esforzarse aún más en resolver el conflicto israelí-palestino en las Naciones Unidas. A pesar de las repetidas invitaciones del Primer Ministro Netanyahu al Presidente Abbas para reunirse sin precondiciones, el estancamiento persiste. Algunos culpan a los palestinos por su renuencia a reconocer a Israel como el estado nacional del pueblo judío y a comprometerse con el así llamado “derecho al retorno”. Otros – incluyendo la actual administración estadounidense – culpan principalmente al gobierno de Netanyahu por seguir construyendo en Cisjordania, donde se aprobaron recientemente entre 98 a 300 nuevas viviendas en Shiloh. Independientemente de las razones y complejidades multifacéticas, el Presidente Obama debería resistir cualquier tentación durante sus últimas semanas en el cargo, de cambiar las políticas estadounidenses de larga data: que sólo las negociaciones directas entre las partes lograrán una paz duradera.
En particular, Obama debería vetar una esperada resolución francesa en el Consejo de Seguridad estableciendo una conferencia internacional de paz bajo los auspicios de la ONU. Los parámetros generales de la resolución francesa probablemente requerirán: “Fronteras basadas en las Líneas de 1967 con permisos de tierra equivalentemente acordados; Acuerdos de seguridad que preserven la soberanía del estado palestino y garanticen la seguridad de Israel; Una solución justa, equitativa y negociada al problema de los refugiados; Un acuerdo que hace de Jerusalén la capital de ambos estados”.
Estas directrices pueden parecer razonables. De hecho, son sorprendentemente similares a las ofertas hechas y rechazadas por el liderazgo palestino en los años 2000-2001 del ex Primer Ministro israelí Ehud Barak y el ex Presidente Bill Clinton y en el 2008 por el ex Primer Ministro israelí Ehud Olmert. Sin embargo, la ONU se ha descalificado a sí misma en desempeñar un papel constructivo en el proceso de paz. Los recientes intentos de las Naciones Unidas de intervenir en el conflicto israelí-palestino han producido desastres absolutos. El llamado Informe Goldstone – que buscó investigar las denuncias de crímenes de guerra cometidos durante la intervención israelí del 2009 en Gaza estaba tan claramente parcializado en contra de Israel que el propio Richard Goldstone tuvo que retractarse de algunas de sus principales conclusiones en el 2011.
Desde entonces, la ONU no ha hecho nada para reasegurarle a Israel de que es capaz de ofrecerle un foro imparcial para las negociaciones. Solo en el último año, la ONU ha señalado a Israel criticándolo especialmente sobre temas tales como los derechos a la salud y, lo más ridículo, los derechos de la mujer, sin siquiera mencionar los regímenes cuyo historial sobre estos temas es verdaderamente abominable. Sólo el año pasado, la Asamblea General de la ONU adoptó por lo menos veinte resoluciones separadas en las que señaló a Israel por críticas especiales. Recientemente, la UNESCO intentó borrar milenios de la historia judía respecto al Templo en Jerusalén. Ante este comportamiento, los Estados Unidos no deberían confiar en que Israel reciba una audiencia imparcial en ninguna conferencia de paz patrocinada por la ONU.
Tal como dijo Netanyahu en su más reciente discurso ante la asamblea general, “El camino hacia la paz atraviesa por Jerusalén y Ramala y no a través de Nueva York”. En otras palabras, el único camino hacia el proceso de paz israelí-palestino son las negociaciones bilaterales entre dos partidos. Netanyahu y Abbas deben sentarse y aceptar los necesarios pero dolorosos compromisos encaminados a establecer un estado palestino y al mismo tiempo abordar las preocupaciones de seguridad de Israel y las realidades sobre el terreno. Las resoluciones tales como la propuesta de la resolución francesa socavan estos esfuerzos alentando a los palestinos a creer que las negociaciones directas y los sacrificios mutuos que estos conllevan son innecesarios y que un estado palestino sólo puede alcanzarse sobre la base de las resoluciones de la ONU. También lo haría más difícil, si no imposible para la Autoridad Palestina el que acepte algo menos de lo que ya la ONU les dio, lo que a su vez garantizaría el fracaso de cualquier negociación realista.
Es por estas y otras razones que la política estadounidense ha sido desde hace mucho tiempo la de vetar o hacer descarrilar los intentos de las Naciones Unidas de interferir con el proceso de paz israelí-palestino, incluso cuando este se ve estancado. Tal como dijo el Presidente Obama en el 2013: “Buscamos un estado palestino independiente, viable y contiguo como patria del pueblo palestino. La única manera de lograr ese objetivo es mediante las negociaciones directas entre israelíes y palestinos”.
Hillary Clinton también ha declarado en el pasado que apoya las negociaciones bilaterales entre israelíes y palestinos, y en su campaña ha dicho que “cree que una solución a este conflicto no puede ser impuesta desde fuera”. Igual lo ha dicho Donald Trump.
Recientemente, sin embargo, varios funcionarios de Obama, antiguos y presentes, al parecer le aconsejaron al presidente que apoye, o al menos no vete la resolución francesa, así como también un empuje palestino unilateral para que la ONU declare ilegales los asentamientos israelíes. Sería erróneo y antidemocrático que Obama revierta unilateralmente décadas en política exterior estadounidense durante el período antes de la fecha de la inauguración del periodo. Después de todo, en el 2011 su gobierno vetó una propuesta palestina casi idéntica que le pedía a Israel “cesar inmediatamente y totalmente todas las actividades de asentamientos en el territorio palestino ocupado, incluyendo Jerusalén Oriental”. Similarmente, hasta ahora, Obama ha presionado repetidamente a los países franceses y a otros países europeos a que no presenten ninguna propuesta relacionada con el conflicto israelí-palestino, argumentando que tales iniciativas desalientan las negociaciones bilaterales. Esta es seguramente la opinión de la mayoría del Senado, que tiene su propia autoridad constitucional para participar de las decisiones en política exterior. De hecho, ochenta y ocho senadores firmaron una carta abierta a Obama en la que le pidieron al presidente que vete las resoluciones del Consejo de Seguridad relativas al conflicto israelí-palestino.
El período entre las elecciones y la inauguración del periodo es la única vez en que un presidente puede actuar sin los controles y equilibrios de la Democracia norteamericana. Este no debería tomar medidas que le aten las manos a su sucesor.
Obama debe darse cuenta de que no puede lograrse una paz duradera en los meses restantes de su presidencia: existe una multitud de temas complejos y contenciosos, en especial el estatus de Jerusalén, los derechos de los llamados refugiados palestinos y la situación en Gaza que debe ser abordada a fondo para lograr una paz duradera. Nuestro próximo presidente, sin lugar a duda, tendrá que inmiscuirse nuevamente en el proceso de paz israelí-palestino. La nueva administración, con el acuerdo del Senado debería tener plena libertad para hacer lo que considere más apropiado. No debería quedar atascado con parámetros legados por un presidente desesperado por conseguir una “victoria” en política exterior a corto plazo que a largo plazo hará que una resolución del conflicto sea más difícil de lograr.
Si Obama siente que debe entrometerse en un esfuerzo por romper el atolladero antes de dejar el cargo, debería sugerirle al actual gobierno israelí que ofrezca propuestas similares a las ofrecidas en el 2000-2001 y 2008 y que esta vez los dirigentes palestinos deberían aceptarlas cara a cara en las negociaciones. Pero este no debería tomar ninguna acción (o inacción) que invite a la participación de la ONU en el proceso de paz, participación que garantizaría el fracaso de los esfuerzos de cualquier futuro presidente a fin de promover una paz negociada.
Debemos escuchar los puntos de vista de ambos candidatos sobre si los Estados Unidos deberían apoyar o vetar una resolución del Consejo de Seguridad que ataría sus manos si estos fuesen elegidos presidente. No es demasiado tarde para detener al Presidente Obama a que destruya cualquier perspectiva realista por la paz.
Alan M. Dershowitz, Felix Frankfurter Profesor de Derecho, Emérito y autor de Asumiendo la Postura: Mi Vida en las Leyes y la Disfunción Electil. Una versión anterior y algo diferente de este artículo apareció en el Boston Globe.